sábado, 2 de marzo de 2024

Arte y piel

Hace unos 20 años la asociación de dermatólogos organizaba en Quito un Salón de arte y piel, mi obra ganó una mención honorífica "por poética", en el evento de entrega de premios era impresionante ver cómo las personas no tenían ni una arruga, pero tampoco ninguna expresión. Los productos que se ponían les hacían ver sí jóvenes, pero sin gesto ¿puede haber belleza en la inexpresividad? Como cuando te medican para no sentir, sientes, pero ni tú lo notas.

lunes, 5 de febrero de 2024

Ayer la Sofía dibujó un retrato mío con un detalle especial que me dejó pensando en lo que simbólicamente podría significar, en la noche soñé una imagen que seguramente tendría relación con eso pero aún no era evidente lo que quería decir, hoy en trabajo cuando fui a la biblioteca un libro llamó mi atención, lo abrí en cualquier página y hallé la misma imagen del sueño, el hallazgo me aclaró lo que necesitaba saber. El mensaje se reveló, entre el azar, la conexión y la sensibilidad. 

viernes, 26 de enero de 2024

Hay que ser realmente idiota para...

Julio Cortázar (Tomado de "La vuelta al día en ochenta mundos")

Hace años que me doy cuenta y no me importa, pero nunca se me ocurrió escribirlo porque la idiotez me parece un tema muy desagradable, especialmente si es el idiota quien lo expone. Puede que la palabra idiota sea demasiado rotunda, pero prefiero ponerla de entrada y calentita sobre el plato aunque los amigos la crean exagerada, en vez de emplear cualquier otra como tonto, lelo o retardado y que después los mismos amigos opinen que uno se ha quedado corto. En realidad no pasa nada grave pero ser idiota lo pone a uno completamente aparte, y aunque tiene sus cosas buenas es evidente que de a ratos hay como una nostalgia, un deseo de cruzar a la vereda de enfrente donde amigos y parientes están reunidos en una misma inteligencia y comprensión, y frotarse un poco contra ellos para sentir que no hay diferencia apreciable y que todo va benissimo. Lo triste es que todo va malissimo cuando uno es idiota, por ejemplo en el teatro, yo voy al teatro con mi mujer y algún amigo, hay un espectáculo de mimos checos o de bailarines tailandeses y es seguro que apenas empiece la función voy a encontrar que todo es una maravilla. Me divierto o me conmuevo enormemente, los diálogos o los gestos o las danzas me llegan como visiones sobrenaturales, aplaudo hasta romperme las manos y a veces me lloran los ojos o me río hasta el borde del pis, y en todo caso me alegro de vivir y de haber tenido la suerte de ir esa noche al teatro o al cine o a una exposición de cuadros, a cualquier sitio donde gentes extraordinarias están haciendo o mostrando cosas que jamás se habían imaginado antes, inventando un lugar de revelación y de encuentro, algo que lava de los momentos en que no ocurre nada más que lo que ocurre todo el tiempo. Y así estoy deslumbrado y tan contento que cuando llega el intervalo me levanto entusiasmado y sigo aplaudiendo a los actores, y le digo a mi mujer que los mimos checos son una maravilla y que la escena en que el pescador echa el anzuelo y se ve avanzar un pez fosforecente a media altura es absolutamente inaudita. Mi mujer también se ha divertido y ha aplaudido, pero de pronto me doy cuenta (ese instante tiene algo de herida, de agujero ronco y húmedo) que su diversión y sus aplausos no han sido como los míos, y además casi siempre hay con nosotros algún amigo que también se ha divertido y ha aplaudido pero nunca como yo, y también me doy cuenta de que está diciendo con suma sensatez e inteligencia que el espectáculo es bonito y que los actores no son malos, pero que desde luego no hay gran originalidad en las ideas, sin contar que los colores de los trajes son mediocres y la puesta en escena bastante adocenada y cosas y cosas. Cuando mi mujer o mi amigo dicen eso --lo dicen amablemente, sin ninguna agresividad-- yo comprendo que soy idiota, pero lo malo es que uno se ha olvidado cada vez que lo maravilla algo que pasa, de modo que la caída repentina en la idiotez le llega como al corcho que se ha pasado años en el sótano acompañando al vino de la botella y de golpe plop y un tirón y no es mas que corcho. Me gustaría defender a los mimos checos o a los bailarines tailandeses, porque me han parecido admirables y he sido tan feliz con ellos que las palabras inteligentes y sensatas de mis amigos o de mi mujer me duelen como por debajo de las uñas, y eso que comprendo perfectamente cuánta razón tienen y cómo el espectáculo no ha de ser tan bueno como a mí me parecía (pero en realidad a mí no me parecía que fuese bueno ni malo ni nada, sencillamente estaba transportado por lo que ocurría como idiota que soy, y me bastaba para salirme y andar por ahí donde me gusta andar cada vez que puedo, y puedo tan poco). Y jamás se me ocurriría discutir con mi mujer o con mis amigos porque sé que tienen razón y que en realidad han hecho muy bien en no dejarse ganar por el entusiasmo, puesto que los placeres de la inteligencia y la sensibilidad deben nacer de un juicio ponderado y sobre todo de una actitud comparativa, basarse como dijo Epicteto en lo que ya se conoce para juzgar lo que se acaba de conocer, pues eso y no otra cosa es la cultura y la sofrosine. De ninguna manera pretendo discutir con ellos y a lo sumo me limito a alejarme unos metros para no escuchar el resto de las comparaciones y los juicios,

mientras trato de retener todavía las últimas imágenes del pez fosforecente que flotaba en mitad del escenario, aunque ahora mi recuerdo se ve inevitablemente modificado por las críticas inteligentísimas que acabo de escuchar y no me queda más remedio que admitir la mediocridad de lo que he visto y que sólo me ha entusiasmado porque acepto cualquier cosa que tenga colores y formas un poco diferentes. Recaigo en la conciencia de que soy idiota, de que cualquier cosa basta para alegrarme de la cuadriculada vida, y entonces el recuerdo de lo que he amado y gozado esa noche se enturbia y se vuelve cómplice, la obra de otros idiotas que han estado pescando o bailando mal, con trajes y coreografías mediocres, y casi es un consuelo pero un consuelo siniestro el que seamos tantos los idiotas que esa noche se han dado cita en esa sala para bailar y pescar y aplaudir. Lo peor es que a los dos días abro el diario y leo la crítica del espectáculo, y la crítica coincide casi siempre y hasta con las mismas palabras con o que tan sensata e inteligentemente han visto y dicho mi mujer o mis amigos. Ahora estoy seguro de que no ser idiota es una de las cosas más importantes para la vida de un hombre, hasta que poco a poco me vaya olvidando, porque lo peor es que al final me olvido, por ejemplo acabo de ver un pato que nadaba en uno de los lagos del Bois de Boulogne, y era de una hermosura tan maravillosa que no pude menos que ponerme en cuclillas junto al lago y quedarme no sé cuánto tiempo mirando su hermosura, la alegría petulante de sus ojos, esa doble línea delicada que corta su pecho en el agua del lago y que se va abriendo hasta perderse en la distancia. Mi entusiasmo no nace solamente del pato, es algo que el pato cuaja de golpe, porque a veces puede ser una hoja seca que se balancea en el borde de un banco, o una grúa anaranjada, enormísima y delicada contra el cielo azul de la tarde, o el olor de un vagón de tren cuando uno entra y se tiene un billete para un viaje de tantas horas y todo va a ir sucediendo prodigiosamente, el sándwich de jamón, los botones para encender o apagar la luz (una blanca y otra violeta), la ventilación regulable, todo eso me parece tan hermoso y casi tan imposible que tenerlo ahí a mi alcance me llena de una especie de sauce interior, de una verde lluvia de delicia que no debería terminar más. Pero muchos me han dicho que mi entusiasmo es una prueba de inmadurez (quieren decir que soy idiota, pero eligen las palabras) y que no es posible entusiasmarse así por una tela de araña que brilla al sol, puesto que si uno incurre en semejantes excesos por una tela de araña llena de rocío, ¿qué va a dejar para la noche en que den King Lear? A mí eso me sorprende un poco, porque en realidad el entusiasmo no es una cosa que se gaste cuando uno es realmente idiota, se gasta cuando uno es inteligente y tiene sentido de los valores y de la historicidad de las cosas, y por eso aunque yo corra de un lado a otro del Bois de Boulogne para ver mejor el pato, eso no me impedirá esa misma noche dar enormes saltos de entusiasmo si me gusta como canta Fischer Dieskau. Ahora que lo pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que verse menoscabado por el recuerdo de los frescos de Giotto en Padua. La idiotez debe ser una especie de presencia y recomienzo constante: ahora me gusta esta piedrita amarilla, ahora me gusta "L'année dernière à Marienbad", ahora me gustas tú, ratita, ahora me gusta esa increíble locomotora bufando en la Gare de Lyon, ahora me gusta ese cartel arrancado y sucio. Ahora me gusta, me gusta tanto, ahora soy yo, reincidentemente yo, el idiota perfecto en su idiotez que no sabe que es idiota y goza perdido en su goce, hasta que la primera frase inteligente lo devuelva a la conciencia de su idiotez y lo haga buscar presuroso un cigarrillo con manos torpes, mirando al suelo, comprendiendo y a veces aceptando porque también un idiota tiene que vivir, claro que hasta otro pato u otro cartel, y así siempre.

sábado, 25 de noviembre de 2023

En Madrid

 -¿señora de dónde viene usted?

-de Ecuador

-yo pensé que era americana 

-sí, americana del sur.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Christianne

Mandala atrapasol con iglesia de Auvers detrás

Hace casi 7 años nos mudábamos a la Casamarilla y recibimos de Samira un sobre con entradas gratis para un concierto de piano del Festival de Auvers sur Oise en la iglesia que está a dos pasos de la casa, 15 minutos antes de que inicie el concierto nos dimos cuenta de que el sobre contenía 4 entradas y no solamente 2, inmediatamente llamamos a Edith, pero no contestó, sonamos la campana de Colette y no abrió, no conocíamos a nadie más entonces fuimos probando a ver quién nos abre la puerta para ofrecerle las entradas, Christianne nos abrió, estaba en pijama lista para descansar, ella sabía que su esposo algunos años mayor que ella no querría venir, y en menos de un minuto salió con un abrigo elegante sobre el pijama y fue con nosotros, los nuevos vecinos a los que nunca había visto, al concierto de piano en la primera fila. La cuarta entrada se la dimos a un turista que cruzaba por ahí y que sólo podía quedarse la primera mitad del concierto porque debía tomar el último tren. La espontánea respuesta de Christianne nos sorprendió y nos alegró tanto, nos habíamos acostumbrado a que para hacer algo con alguien siempre hay que agendar y con mucha anticipación, pero ella nos dijo sí inmediatamente y fue lindo, fue nuevo. Cuando nació Sofia nos trajo una osita de felpa con la que su hija jugó de chiquita. Minutos antes de iniciar el primer confinamiento dejamos en su buzón nuestro número de teléfono para que nos llame cuando quisiera, una tarde durante la pandemia nos trajo el más rico pastel de manzana del mundo, y constantemente intercambiábamos mensajes que nos dejábamos en el buzón para sostenernos en el tiempo difícil, tuve la suerte de tenerla en mi casa varias veces para tomar juntas un té, para contarnos, para escucharnos, pese a las dificultades que tuvo que atravesar, con sensibilidad y dulzura siempre preguntó cómo me siento, sobre mis proyectos, mis cosas, algo también excepcional en ella. Hace unas semanas me llamó para que la acompañe al hospital, era urgente pero 5 minutos antes de su llamada Tim había salido  y me quedé sola con mi hija, le pedí a Christianne unos minutos para conseguir quien se ocupe de Sofía, pero la ambulancia ya iba a partir, volvió a casa unos días después, luego vino a veces sólo hasta la puerta, su cumpleaños se acercaba, 6 días antes del mío, su día coincidía con una intervención quirúrgica que me daba muy mala espina, la mañana del domingo anterior encontré en mi taller una carta postal de los girasoles de Van Gogh, ella vino a acompañarme muchas veces mientras reproducía ese cuadro, sentí que debía ir a verla, corté las dos únicas flores que tenía en el  jardín y se las llevé con un mensaje de esperanza y amor en la postal de los girasoles. En la operación todo se agravó, no pude comunicarme con ella en su cumpleaños porque estaba medicada fuertemente, le fabriqué un pequeño mandala-atrapasol que su hija Veronique le entregó al día siguiente, me llamó contenta, linda…  hablé con ella el último domingo, fue ininteligible, la medicación era demasiado fuerte, esta tarde Veronique me contó que Christianne acababa de morir. Christianne, mi amiga, ese domingo yo sentía que era una despedida, el corazón no se equivoca. Sofía dice que no debo estar triste porque pronto todo va a estar bien. Gracias Christianne dulce, generosa y linda.

lunes, 28 de agosto de 2023

"La vuelta al día en ochenta mundos"

"La vuelta al día en ochenta mundos" es una de las tantas maravillas que Julio Cortázar ha escrito.

En el siguiente enlace podrán encontrar una cápsula que preparé para la Universidad Paris-Nanterre, como una invitación a leer esta obra linda del Gran Cronopio: 

34. Vanessa Padilla, lectrice de La vuelta al día en ochenta mundos de Julio Cortázar

 

Arte y piel

Hace unos 20 años la asociación de dermatólogos organizaba en Quito un Salón de arte y piel, mi obra ganó una mención honorífica "por p...