El
cielo de la añoranza me cubre, una dicotomía entre calidez en la piel y un frío
que penetra hasta los huesos, se va pintando un lila suavecito en la línea de
la utopía que besa el firmamento, en las raíces un púrpura profundo, y pequeños
destellos de lavanda con aroma dulce, mi frustración se suaviza con un sahumerio,
y el olor se hace cítrico cuando los árboles de naranja perfuman hasta las
nubes, luego todo es de limón, de nostalgia, de vacío. Camino por el sendero
sombrío, medio triste y apagada, empiezo a tararear la despedida y el corazón
empieza a latir como me pasa siempre frente una pintura de Paul, o un cuento de
Julio, o un café de chuspa, o un manicho. Así tararear se convierte en canto de
a poquito, entonces en la quebrada reconozco que el desprecio es cruel, manera
absurda de decir tengo miedo a que me quieras tanto. Me calmo, pero sé que me
quiero lanzar al vacío, como si quisiera ser para vos la mujer etérea de
Oliverio, pero con el mundo entero exigiéndome poner los pies en la tierra. Y
yo volando.
martes, 29 de octubre de 2024
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