jueves, 29 de enero de 2015

“Gusano” (fragmento)


Performance. Vanessa Padilla. 2003
 
Lo que respiro siempre está bastante sucio pero no puedo dejar de hacerlo aunque a veces quisiera. El aire entra mucho, sale poco y me deja con la ansiedad y la angustia de no poder ser libre ni siquiera al respirar.

Cuando inhalo profundo me mareo, no sé si es demasiado oxígeno para mi cabeza o demasiada ansiedad para mi cuerpo. Así, más o menos, se mantiene el ritmo en mi pecho: aspiro mucho, exhalo a medias y esto está tan adherido que no dejo de procurar huir de lo mío. Trato de respirar menos o de expeler más, pero como si se taponaran mi nariz, mi boca y mi piel, el aire se queda dentro para que estas sensaciones tampoco puedan salir.

Por ahora no necesito cubrirme con nada pero lo hago, aún así mil metros no alcanzarían para envolverme y lograr la asfixia que busco, para que mi cuerpo se ahogue con el sudor que inunda el espacio entre el plástico y yo; los mil metros sólo podrían evitar un poco que mi piel se fermente, aunque tal vez fuera bueno que cambie un poco su color y sabor.

El plástico no está logrando la humedad que esperaba, tal vez la temperatura baja me congeló las ganas de sudar y besar, porque creo que ya no estoy sintiendo placer al revolcarme en este charco y no sé por qué sigo intentando esconderme bajo tierra para guardar secretos, si sé que ya no los tengo, sólo quería arrastrarme un poco para jugar con el cansancio de quien no tiene otro juego que el de encerrarse en una segunda piel. Creo saber cómo arrancármela, a la segunda piel y también a la primera, pero tal vez es más fácil conservar un estado en el que ocultarse resulta mejor para no ser tan vulnerable, de todas formas no he logrado nada y esto no hace más que evidenciar las llagas con las que mis dedos juegan y aunque me hieren sé que de eso se trata todo esto.

El plástico me está ajustando cada vez más, me gusta ver como se adhiere a mi cuerpo, pero a veces la sangre deja de circular, se detiene a observarme y a juzgar mi metamorfosis, si es que existiera una, ahora veo que no, porque no logro dejar de ser el mismo ser sin forma aunque me tome ochocientas mil tazas de café para tratar de huir de mis pensamientos o para meterme más en ellos.

El plástico no tiene nada que ver con este encierro, soy yo quien no logra ser libre, quien se arrastra con inseguridad, quien no puede hablar, ni doblar los brazos o las piernas, soy yo quien se envolvió y cavó un agujero para pasar la noche abrazando el lodo y mi cuerpo cuando es otro el que me muero por abrazar.

La humedad de este espacio frío intenta atravesar lo que me cubre, al principio no lo logra pero más tarde parece que sí, no podría saberlo porque la temperatura me anuló los sentidos y hasta ese momento no los he podido recuperar, tal vez el frío no es lo que los anuló, pero ahora no logro que el roce de la tierra me seduzca para que no me importe la presencia de los que habitan este lugar, ellos son seres informes y repugnantes, aún más que yo, pero son los dueños de este sitio, a veces tengo que esconderme para que ellos no crean que quiero robarles su espacio, no tengo otro y por eso es que estoy aquí, si tuviera otro tampoco me iría porque creo que lo que aquí siento hará que mis sentidos despierten otra vez. Si salgo ¿a dónde podría ir?, seguramente a inventar historias que me disfracen las ganas. Deseo tener respuestas no-tontas y ahí está la primera carencia de un millón de deseos. ¿Qué tan seductora puede ser la estupidez? –bueno, tal vez, si, no, a veces, ajá- (¡Qué tontas maneras de responder!). Tal vez todo eso es apariencia o no pasa de ser un juego absurdo, tal vez es más simple que eso: no hay nada que decir, no hay juego, no hay estrategia, no hay nada de nada. Demasiada realidad como para encantar y demasiada estupidez como para seducir.

Me gustaría lograr que otros se consuman en la trampa en la que siempre he caído y en la que ahora estoy, me gustaría inventar mentiras para que me las crean sin que puedan saber que lo son. A veces sé lo que son e igual me las creo, pero ahora tendrá que ser distinto para que nadie sepa lo que quiero, como si yo lo supiera, como si yo supiera para qué estoy acá hablando de lo que a nadie le importa, como si pudiera importarle a alguien lo que digo, como si pudiera importar lo que mi voz dice, como si tuviera una voz que suene para que la escuchen. Y si alguien la oyera ¿cuál sería la diferencia? si de cualquier manera saldrá de acá y lo olvidará todo. Uno olvida lo que no importa, lo que se olvida ya no existe, lo que no existe nunca fue. Soy yo quien no es, alguien seguramente será, pero quien sea me olvida, yo no podría olvidarme a mí misma porque mi voz está retumbando todo el tiempo en mi cabeza, eso no quiere decir que no haya algo más ahí, pero no podría asegurar nada, no podría saberlo ¿qué más podría haber? aparte de dudas, miedo, inseguridad, no creo que haya más, tal vez sí, pero es más seguro que no, no importa, al fin y al cabo cuando salgan de aquí yo seguiré con mi envoltura ahogándome la piel mientras siento que mi cuerpo blando se expande y se contrae mientras lo arrastro alrededor de este círculo humedecido que se desgasta cuando paso por el mismo punto una y otra vez. Mi voz de gusano no alcanzará a sonar lo suficiente como para que la oigan fuera de la envoltura, pero cuando la cápsula se inunde me tocará sacar la cabeza para no ahogarme con el líquido pegajoso que voy dejando y correré el riesgo de que alguien al pasar baje la mirada y me encuentre con las manos y el cerebro vacíos, tratando de ocultar secretos que ya todos conocen. Pero los gusanos ni siquiera tiene manos, entonces qué importa si las mías están vacías o no, es sólo que tengo miedo a que no haya nada que encontrar en la voz de la caricatura de un gusano. Ahora sé que de aquí parte todo esto, de mi miedo a ser como esa gente a la que tanto odio. Odio la gente boba y aunque no quiero ser así, a veces creo que lo soy y por eso me quedo callada, sin voz, sin gestos, sin aire, intentando mantenerme despierta para que al moverme el plástico se caiga de a poco, como si fuera eso todo lo que quisiera lograr.

Tal vez sea la oscuridad lo que me tiene aquí atada, o algo inorgánico que sale de la tierra para amarrar mis extremidades, para que sepa lo atrapado y perdido que está mi cuerpo o para saber también lo difícil e inútil que será hallarlo. Es un metal cortante pero no húmedo, se humedece un poco tarde con la sangre o el sudor, me lastima cuando me aprieta las piernas, quién sabe de lo que estoy hablando, no importa.

Pensé que era el plástico lo que me impedía la circulación, pero era la oscuridad la que trataba de  hacer más evidente lo lejos que estoy de donde quiero estar, no sé donde queda eso, no sé dónde estoy, ni siquiera puedo ver, por eso giro en círculos que me llevan hacia nada y es ahí donde estoy, ahora entiendo. Pero... ¿cómo salir de aquí? o ¿para qué hacerlo? ¿A dónde ir?

Por favor no más cuentos de los mismos para responderme las preguntas, ¿cuándo encontraré otra manera de responder? ¿cuáles son las mentiras que podrían ayudar a que yo crea que puedo abrazar a alguien más que a mí misma? ¿de dónde saco una mentira así? la necesito para poder llenar mis espacios, por un momento pensé que podría llenarlos con música pero ésta se esfumó en el primer momento, ahora esos agujeros siguen vacíos para que yo juegue ahí con el eco de mi voz, esta voz que solo dice lo que dice por esta maldita y redundante necesidad de hacerlo y nada más.

Ojalá pudiera redundar en algo distinto que en nada ¿cuándo digo nada estoy hablando de mi lugar o de mi quehacer? ¿y es que acaso estoy hablando? no lo creo, tal vez estoy gimiendo o solamente susurrando, porque para hablar sería necesario que el aire llegue a mis pulmones pero se queda estancado en mi garganta, hay algo ahí que obstaculiza mi respiración, seguro debe ser todo el lodo que he tragado, o el deseo de llorar que hace rato tengo atravesado en el pecho. Ese deseo igual que otros se ha quedado sólo en las ganas y no ha llegado a más, me estoy acostumbrando a esto, cualquier intento de cambiar la situación se ahogaría con toda esta humedad, así que ni el intento, ni el frío, ni la asfixia, ni el miedo, ni nada logrará despejar mi garganta para poder hablar en vez de gemir.

Voy a sintetizar las cosas, en este intento ya he fallado antes, sintetizarlas para entenderlas, debe existir un don especial que haga inteligible lo que tengo en mi cabeza ¿cuál cabeza?, aquella donde guardaba mis pensamientos ¿dónde la habré dejado? Debe estar por ahí dando botes sobre alguna superficie menos blanda que esta, o tal vez se me hundió con todo y nariz, con todo y boca, los ojos no importa si se hundieron porque de todas formas nunca los pude abrir, ni para ver lo que era tan obvio, aunque eso pudo ser a propósito, siempre los cerré cuando no quise ver algo que confirme la única certeza que tengo: no hay nadie más aquí.

Voy a esperar dos años más, ni un segundo más para recuperar algo que nunca tuve, entonces volverá a mi lo que jamás logré que fuera mío, mientras tanto contaré los segundos. Ojalá pudiera doblar un poco mi brazo para anotar la hora y el día, para saber cuánto tiempo falta por esperar, pero ni siquiera hay una noche que me dé una señal, tal vez ya hayan pasado los años y no lo llegué a saber, no sé cómo voy a saberlo si ya no puedo sentir el frío, mucho menos el tiempo. Nunca voy a saber cuándo será la hora de recuperar lo único que me importa y seguirán girando y girando igual que yo las ansias de tener lo que quiero y no puedo obtener.


sábado, 24 de enero de 2015

Historia vacía

Mi naturaleza aborrece el vacío y se desmaterializa de a poco. Se ausenta, pero deja presente la falta que hace. Se vuelve intangible y se me esconde entre las piernas, se queda ahí mientras la temperatura no llega a ningún extremo, se fragmenta y hace silencios bruscos, sobretodo cuando es necesario escuchar aunque sea el recuerdo de una canción.

Me volví inhabitable hasta para mis pensamientos, me volví hermética... impenetrable, y aunque parezca redundante, lo único que busco es vaciarme de mis vacíos, llenarme de todo lo que pueda robar, robar para subsistir, para sentir, para vivir, para comer, para abrir los ojos y ver, para estirar la mano y acariciar, para que cuando existan sonidos se los pueda oír, para que se pueda escuchar también un silencio de figuras redondas y alargadas que sobrepasen los cuatro tiempos, robar porque todo ya es de otros, porque ya todo es ajeno, (sobretodo lo que yo quiero), robar porque no tengo ganas de los restos que son lo único que me saben dar. Porque no quiero las sobras, porque me es difícil construir algo con eso; y mientras continúo mi camino buscando huellas que constaten alguna presencia o reafirmen ciertas ausencias, me siento más cerca del punto del que partí, tal vez porque no he podido llegar a ninguna otra parte que no sea el mismo terreno angosto al que debo acostumbrarme por coincidir que es aquel de donde salgo y hacia donde voy.

Encuentro todo tan impersonal, tan absurdamente impersonal, tan deliciosamente, exquisitamente, cruelmente, desquiciadamente, tan absolutamente y tan locamente impersonal, que cuando el reloj vuelve a hablarme del eje en el que se mantiene constante porque no puede huir de él, me acuerdo de mí y del lugar al que me dirijo, que es el mismo en el que siempre estoy, no porque ya haya llegado sino porque tal vez nunca he podido partir.

Mi cuerpo busca saturarse una vez más, y cuando cierro los ojos por las noches, puedo jugar con las manchas verdes, rojas y azules que se mueven en el escenario de la parte interna de mis párpados; cuando desaparecen y reaparecen, intentan distraerme, pero de todas formas termino dándome cuenta de que la única compañía con la que cuento es la de 2 sábanas, 3 cobijas y un colchón. A la sábana de arriba la hice yo misma, mientras reunía los retazos que me han dejado; tuve que clasificarlos por color, intensidad, correspondencia y duración, para que los besos no vayan mezclados con las caricias y las miradas no se pierdan entre la vibración grave de las cuerdas de una voz; después de un largo proceso de selección fui uniendo los fragmentos y ahora, aunque quedaron espacios sin llenar, estoy envuelta entre mi sábana de retazos; a veces sin que yo lo quiera me quedo inmóvil y enredada entre los hilos que unen los “besos en el cuello” con los “ojos abiertos al besar”, y en el intento de liberarme suelo quedar atada a las “caricias por compasión”, porque de mí le gusta sólo lo que escribo, pero los hilos que sí lastiman son los de amarrar una mentira tras otra, sobre todo cuando las creo sabiendo que son la parte que confunde mi necesidad, no de saber que estoy llena, sino de que no estoy vacía. A veces la única forma de zafarme es tratando de salir por las partes que no tuvieron ningún afecto que las llene, pero cuando la piel se vuelve pegajosa, por equivocación se me adhieren las partes pequeñas que no se sujetaron del todo, es que algunos fragmentos son tan insignificantes y diminutos que no sé qué hacen unidos al resto, tal vez no tengo dónde más ponerlos, y realmente adjuntarlos no es tarea fácil, la aguja no los puede traspasar porque cuando lo hace el pedacito se desintegra en miles de hilos inservibles que ni me cobijan, ni me atan a nada, pero aunque parezca que pierdo el tiempo con estos trozos, creo que deben ser parte de algo que me mueve hacia una rueda de diámetro indefinido que no para de dar vueltas, en la que veo una y otra vez cómo en la cacería de afectos los cariños se desvanecen más rápido cuando más deseos tienes de atraparlos; cuando son muy pequeños huyen más fácilmente, pero cuando son grandes y se van... o nunca han llegado, dejan un espacio de ausencia que está aún más presente porque en las noches el frío puede entrar por ahí y es muy difícil hallar uno de las mismas proporciones para no extrañar lo que se añora, sobre todo cuando me pincho y sangro por no saber muy bien cómo se cose los retazos que no se tiene... que no se tiene porque alguien más los ha cosido en su sábana antes de que yo aprendiera a enhebrar, pero el retazo que quiero se desprenderá y caerá solo, para que ya no entre el frío de las noches por el hueco de ausencia por donde logro salir cuando ya casi amanece y sigo en el mismo punto, sólo que mi cuerpo tiene una coloración distinta, ahora se pierde en el lugar porque ha tomado el color del fondo, antes me perdí en un charco, después en mi sábana, y ahora me pierdo en la pared.

En algún punto hay un juego de luces que hace notar que un cuerpo está presente, sin embargo las mismas luces me anulan en los ojos de los otros porque sigo oliendo a niña a pesar de todo el café con el que me he intentado saturar para que mi cuerpo expida el olor amargo del café sin azúcar, pero ahora veo que son las mismas luces que estaban en mis párpados, pensé que se habían quedado ahí como parte de mis noches, pero ellas también están afuera afirmándome y negándome mientras camino sobre esta máquina que cruje y no me deja despegar del sitio donde di el primer paso, tal vez si continuo caminando hacia ninguna parte mi cuerpo sude hasta lavar el color que me cubre, así mi presencia estará presente por sí misma y dejará de ausentarse en cada parpadeo.

El color que me vuelve indiferente al espacio me lo pudo pintar la necesidad que tengo de sentirme parte de algo, quisiera ser tan sólo un pedacito de alguna cosa, pero como no pertenezco a nada, soy  constantemente el desquiciado, loco e impersonal intento de pertenencia que no se adhiere a ninguna piel. El sudor en el que ahora escribo ha salido de las no-miradas y las no-presencias, de las no-existencia de las cosas, de mi pasividad adherida a los gestos, de los espacios de ansiedad que ocupa la lengua sin saborear los minutos que desaparecen. Sudo porque tengo que jugar con las palabras, porque me obligan a no-querer. Quiero=Cariño y Quiero=Ganas, por eso ahora necesito urgentemente aprender a robar, a eliminar, porque todo es otra vez tan impersonal que no logro apropiarme de nada, no logro ser yo para mí misma, soy otra yo y ni siquiera sé para quién.

Tengo que odiar aunque esta vez se me hace más fácil querer, pero sólo son palabras, por eso ahora Odio=Cariño y Odio=miles de ganas, para que a nadie le moleste el hecho de que me encante oír su voz.

viernes, 23 de enero de 2015

Historia de trapos


 
Nada está listo para empezar. La vela no servirá hasta encontrar unos fósforos que dejen de estar mojados. En vez de encenderse se derriten y es extraño porque lo han hecho sin entender al calor que no les ha ocurrido. Yo soplaba para ayudarlos pero los mojaba más porque perdí el control que deja la saliva dentro de la boca. Debí rehabilitar al control con ejercicios constantes de bocabierta repitiendo una y otra vez hasta que decidí con la garganta seca que era muy cansado intentar deshumedecer algo cuando sólo puedo concentrarme en los nuevos fósforos que podría comprar para evitar el desgaste.

La vela por fin se consumía goteando a un ritmo diferente al agua que se aceleraba de acuerdo a los giros que haya dado la llave, y de alguna manera la candela no se movía al ritmo de la cera que goteaba espesa; mientras tanto busqué en la caja de hilos la aguja perfecta (pero todas eran para coser), debía hallarla antes de que se descosiera la boca y empezara a hablar con esa voz estridente y desarticulada que quién sabe qué podría decir.

Sostuve con algodón la aguja que se enrojeció con el calor ¿cómo podría explicar que era preciso pincharme los pies sin que suene muy agudo? quien me escuche debería usar los filtros de agravar que desesperadamente construyó alguien que quería quererme pero mejor se dedicó a esquivar estados de exaltación.

Mis pies estaban dispuestos, eran sus dedos los que desordenados se cambiaron de lugar. El anulador estaba en medio, el medio en el final, el indicador dio un salto izquierdo, los demás extraviados no supieron volver al sitio y en medio del caos gotearon aún más espesos que la cera. Qué confuso se siente tener la cabeza menguando con la llave abierta.
Quise reconocer la sombra que me perseguía tarareando, pero ni mis piernas pude sentir, tenía que tocarme para saber si era yo quien estaba acá o me había ido tras lo que me falta cuando le sobro.

Volví a lo mismo: llave abierta, vela apagada, dedos mezclados, aguja perdida, fósforos derretidos, suelas desgastadas, pupilas dilatadas, cuerdas extraviadas y cabellos caídos.  Corrí para alejarme (de mí) y caminé en reversa para que mis dedos volvieran al sitio de las huellas que gotearon de mis pies mientras se desvanecía la vela.

sábado, 17 de enero de 2015

Historia de sábanas. Cama para uno


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Empecé a sentir que llegaba la Seisdelamañana con cada uno de sus pies envuelto en unas medias de lana que hace tres meses había acabado de armar con los restos que habían quedado de las partes pequeñas que no se sujetaron del todo a la sábana de retazos. Estuve acostada sobre mi cuerpo con los ojos cerrados acabando de soñar con todo lo que después de un segundo no puedo acordarme para anotar en el cuaderno de apuntes que no tiene ni una sola palabra escrita, sólo que esta vez el sueño era casi-claro. En él estaba como siempre: sin poder afinar las cuerdas porque la falta de oído era excusa para acercarme a pedir ayuda, pero yo no sé tocar (mucho menos sonidos graves), y como se dio cuenta, desde el primer momento supe que el plan no funcionaría. Me desperté sin abrir los ojos para parecer dormida cuando se abriera el obstáculo de madera que olvidé cerrar antes de acostarme. Desde hace doscientos sesenta y dos meses mi puerta  había aprendido a tragarse a casi todas las llaves que intentaban abrirla, pero a pesar de haberse quedado abierta toda la noche, nadie trató de entrar esta vez.

Mi cuerpo empezó a desgastarse por el peso, así que tuve que levantarme para salir a robarle a  Seisdelamañana dos de sus medias para no pisar la humedad que se había regado mientras dormía cuando la puerta permanecía abierta. Por fin pude llegar hasta el café que se mezclaba sin un orden, lo bebí a tragos cortos para que parezca que la taza contiene más de lo que puede, pero era sólo una ilusión que uso cuando quiero más de lo que puedo darme. Mi lengua se quemó tanto en el primer trago, que durante un buen rato no pude articular ningún sonido aparte de los gemidos que apenas atravesaban el umbral absoluto de intensidad. Resulta ser agradable que un timbre de voz que bordea los mil ciento cincuenta ciclos por segundo de repente se calle, (en realidad nunca fue posible reconocer mis signos sonoros porque jamás significaron nada). Las medias estaban tan humedecidas que resbalé varias veces. En una de esas caídas en que me di la boca contra el piso pude reconocer el charco en el que dejé de sentir placer al revolcarme cuando al intentar esconder mis secretos bajo la tierra me di cuenta de que no me quedaba ninguno. No sé si ese roce de lodo era una caricia pero creo que de alguna forma despertaba un exceso desordenado de no tener ideas, y no pude recordar cuándo fue la última vez que una caricia se había ahogado en mi ombligo. Decidí levantarme para tejer unas medias-secas y una cobija con las agujetas de las llaves que se tragó la puerta.

martes, 6 de enero de 2015

Señora Petito



Auvers sur Oise, 17 de enero de 2014

Señora Petito:

Tu recuerdo me abriga esta mañana fría, como un sol, al medio día, un sol ecuatoriano, mejor dicho, lojano: abrigadito.

Tu abrazo del sur viene volando hacia mí, me hace olvidar el invierno, la distancia… porque ¿para qué son los recuerdos sino para acogernos en la sensación tibia de la presencia y de un tiempo pasado que en su belleza no termina?

Pienso que estarás allá acostada en una cama, contando tus años en las pepitas de tu rosario, acurrucando tu carácter enérgico en tu cuerpo que se hace flaquito y alguien pondrá crema en tu piel delicada como papel donde escribes con tu memoria los poemas del abuelito.

Todo lo que siempre has hecho por nosotros, todo lo que su corazón generoso, creativo y colorido tejió con croché para abrigarnos y cuándo café cosechaste “a la sombra de frondosos cafetales”. Todo lo que amas a los hijos tuyos y a los que hiciste tuyos también por tu corazón noble, todo lo que amas a tus nietos y todo lo nosotros te amamos también.

Y la horchata que buscaste en una ollita bien temprano en el mercado para consentirnos, la sopa más deliciosa del mundo sólo pudo ser hecha por tus manos, y tu soledad, y tus puertas abiertas, la protección, el cariño. Abuelita ¿cómo podríamos elegir las mejores flores para ti, si el aroma de las mejores estaban en tu jardín? esas rosas blancas que cuidaste con esmero para sanarnos con esa bella medicina ¿puedes recordar cuántas veces cocinaste el agua con leña para que nos bañemos sin tener frío?¿ cuántos recuerdos sacaste del armario para contarnos la historia y regalarnos galletas y cajitas llenas de tesoros? Te bañaste en el río y nos cantaste y te escuchamos siempre rezar.

…Y cuidaste la paloma que pinté con tiza para ti, durante tantos años, gracias por no dejar que el color se dejara llevar por el viento… ni por el tiempo.

La mañana se abriga, gracias a ti, que estás tostando el café con tu mente y yo te abrazo también desde tan lejos. Gracias por el calor y el aroma del café.

Te quiero
Vane

Arte y piel

Hace unos 20 años la asociación de dermatólogos organizaba en Quito un Salón de arte y piel, mi obra ganó una mención honorífica "por p...