jueves, 8 de junio de 2023

Sobre "La vuelta al día en ochenta mundos" de Julio Cortázar

Soy Vanessa Padilla, doctoranda de la Universidad Paris-Nanterre, investigo la “Importancia de los neologismos en la obra de Julio Cortazár” y es precisamente en la búsqueda de palabras inventadas que he descubierto el libro que voy a presentar:

“La vuelta al día en ochenta mundos”, esta obra de Cortázar se publicó en 1967, 4 años después de la publicación de “Rayuela” que sería su obra principal.

El título hace referencia, por supuesto, a la obra de Julio Verne publicada en 1872 “La vuelta al mundo en ochenta días”. Julio Verne fue para Cortázar, uno de los referentes más importantes de lo fantástico, y la lectura de su obra, en especial de “El secreto de Wilhelm Storitz” (publicada de manera póstuma en 1910), le permitirá tener conciencia de que su percepción de la realidad, y su sensibilidad frente al mundo no son las mismas que las de otras personas que le rodean, esto, él lo describe en el texto “Del sentimiento de lo fantástico ” y también en otras obras, cartas y entrevistas.

Podemos prever desde su formato alargado horizontalmente y con un zootropo como ilustración en la portada, que habrá algo especial por descubrir. En la contraportada se lo define como un collage, y es cierto, porque podemos encontrar aquí poemas, prosa, crítica y manifiestos intercalados con grabados, fotografías, ilustraciones, citaciones en varios idiomas, texturas de colores, e incluso textos patas arriba.

En esta obra hay un repertorio bibliográfico, musical y pictórico infinito, con el que Cortázar nos da a sus lectoras y lectores referentes muy importantes, como hace en otras obras también, con los que ha constituido y reafirmado sus bases estéticas e ideológicas. Para quien tenga interés, se puede acceder a la biblioteca de Cortázar a través de la Fundación Juan March de Madrid, la lectura de sus lecturas ayuda a comprender, o a pretender que comprendemos un poquito mejor su mundo, su imaginario.

Entre los 46 textos contenidos en este libro quisiera resaltar 3 en especial que personalmente me resultan indispensables:

“Me caigo y me levanto”, “Yo podría bailar ese sillón – dijo Isadora” y “Hay que ser realmente idiota para”.

Sobre “Me caigo y me levanto”, el noveno texto del libro, debo mencionar que es posible escucharlo de la propia voz de Julio Cortázar, porque como parte de su proceso creativo y en la búsqueda de la musicalidad de sus textos solía registrar su narración para escuchar su cadencia, y éste es uno de los varios textos que podemos escuchar, afortunadamente con su voz, porque el efecto es aún más potente, más cronopio y más piantado. Voy a permitirme de todas formas citar un pequeño fragmento:

"Nadie puede dudar de que las cosas recaen. Un señor se enferma, y de golpe un miércoles recae. Un lápiz en la mesa recae seguido. Las mujeres, cómo recaen. Teóricamente a nada o a nadie se le ocurría recaer pero lo mismo está sujeto, sobre todo porque recae sin conciencia, recae como si nunca antes. Un jazmín, para dar un ejemplo perfumado. A esa blancura, ¿de dónde le viene su penosa amistad con el amarillo? El mero permanecer es recaída: el jazmín, entonces. Y no hablemos de las palabras, esas recayentes deplorables, ni de los buñuelos fríos, que son la recaída clavada". (pág 39) 

Julio Cortázar: Textos en Su Voz - Me Caigo y Me Levanto

Voy a citar a continuación el duodécimo texto “Yo podría bailar ese sillón – dijo Isadora”, trata sobre un informe que un médico suizo llamado Morgenthaler escribe sobre el artista “alienado” Adolf Wölfli. Cortázar escribe:

"Por si no bastara, cuando el doctor Morgenthaler se interesaba por el sentido de la obra de Wölfli y éste se dignaba hablar, cosa poco frecuente, sucedía a veces que en respuesta al consabido: "?Qué representa?", el gigante contestaba: "Esto", y tomando su rollo de papel soplaba una melodía que para él no sólo era la explicación de la pintura sino también la pintura, o ésta la melodía, como lo prueba el que muchos de sus dibujos contuvieran pentagramas con composiciones musicales de Wölfli, que además rellenaba buena parte de los cuadros con textos donde reaparecía verbalmente su visión de la realidad. Curioso, inquietante, que Wölfli haya podido desmentir (y a la vez confirmar con su encierro forzado) la frase pesimista de Lichtenberg: "Si quisiera escribir sobre cosas así, el mundo me trataría de loco, y por eso me callo. Tan imposible es hablar de eso como de tocar el violín, como si fueran notas, las manchas de tinta que hay sobre mi mesa...". (pág. 50-51)

y finalmente citaré un fragmento del vigésimo quinto texto “Hay que ser realmente idiota para”, donde como lo he mencionado al inicio de mi intervención se evidencia la sensibilidad a flor de piel de Cortázar y su sentimiento de desadaptación:

"Pero muchos me han dicho que mi entusiasmo es una prueba de inmadurez (quieren decir que soy idiota, pero eligen las palabras) y que no es posible entusiasmarse así por una tela de araña que brilla al sol, puesto que si uno incurre en semejantes excesos por una tela de araña llena de rocío, ¿qué va a dejar para la noche en que den King Lear? A mí eso me sorprende un poco, porque en realidad el entusiasmo no es una cosa que se gaste cuando uno es realmente idiota, se gasta cuando uno es inteligente y tiene sentido de los valores y de la historicidad de las cosas, y por eso aunque yo corra de un lado a otro del Bois de Boulogne para ver mejor el pato, eso no me impedirá esa misma noche dar enormes saltos de entusiasmo si me gusta como canta Fischer Dieskau. Ahora que lo pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que verse menoscabado por el recuerdo de los frescos de Giotto en Padua. La idiotez debe ser una especie de presencia y recomienzo constante: ahora me gusta esta piedrita amarilla, ahora me gusta "L'année dernière à Marienbad", ahora me gustas tú, ratita, ahora me gusta esa increíble locomotora bufando en la Gare de Lyon, ahora me gusta ese cartel arrancado y sucio. Ahora me gusta, me gusta tanto, ahora soy yo, reincidentemente yo, el idiota perfecto en su idiotez que no sabe que es idiota y goza perdido en su goce, hasta que la primera frase inteligente lo devuelva a la conciencia de su idiotez y lo haga buscar presuroso un cigarrillo con manos torpes, mirando al suelo, comprendiendo y a veces aceptando porque también un idiota tiene que vivir, claro que hasta otro pato u otro cartel, y así siempre". (pág. 108)

En la página 195 para introducir una serie de poemas, Cortázar anota que una de las mejores intenciones de este libro es que éste le acercara personalmente a su lector, y efectivamente es posible sentir esa proximidad entre el autor que narra desde la transparencia y la amistad con la que también el lector, lectora le lee, le acoge.

En estos tres textos que he citado y a lo largo de las 214 páginas de esta obra, y de toda la obra cortazariana, que también invito a leer, tengo la impresión de que Julio Cortázar escribe con una lucidez como la araña que teje, pero en esta telaraña, que atrapa, que envuelve, te incita también a la libertad para seguir volando hacia un nuevo texto, hacia una nueva vivencia.

Como lo mencioné antes, este libro es un collage de textos e imágenes, pero lo es también de todos los elementos que caracterizan a Julio Cortázar en tanto que ser humano y escritor, esta obra tiene su compromiso político, su actitud lúdica, su confidencialidad, su locura, su erudición… su estilo. Leerlo es confirmar que hay un mundo, hay ochenta mundos por día.

Presentación en video 

10 de mayo de 2023

 

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