jueves, 2 de mayo de 2013

Palabras de Alfredo Breilh en la presentación de los libros “El soporte poético del cuerpo” y “Recorriendo el mundo con la alegría de los niños”



Vanessa nos brinda dos flamantes publicaciones
“El soporte poético del cuerpo” un texto poético personal y “Recorriendo el mundo con la alegría de los niños”, con  Ilustraciones de Sebastián Vallejo, siete cuentos para niños, con este entra la autora al mundo de la literatura infantil; con la sencillez que amerita el público destinatario, logra crear expectativa y personajes fantásticos con toques de humor. La literatura infantil es una especialidad.

“El soporte poético del cuerpo” tiene partes variadas y diversas. La primera es un texto de alta carga poética, de riqueza personal, a cuyo comentario dedicaré el cuerpo de esta corta intervención. Luego vienen dos textos recogidos de conferencias dictadas en distintas oportunidades por Vanessa, de las cuales es admirable cómo en el texto logra hacer predominar lo poético por sobre lo académico. 
Tenemos finalmente un encantador relato sobre un viaje a Marruecos, ciertas páginas son una especia de ilustraciones verbales de paisajes rurales y urbanos junto con reflexiones personales respecto al encuentro con una cultura muy distinta y un idioma diferente, termina por hacerlo girar hacia sí misma, como escritora, como persona, en esa vuelta a la identidad que provoca el encuentro con la diferencia.    

En cuanto a la primera parte, medio libro, quiero destacar el estilo poético mas no quiero hacerlo con un análisis académico, lingüístico y retórico, sino más bien con anotaciones vivenciales de lo que para mí ha representado encontrarme con el texto.  El estilo en cualquier arte es esa manera particular de escoger los elementos del lenguaje, de cada artista, combinándolos y poniendo diversos énfasis en unos y otros.
La lectura silenciosa tiene una sonoridad interna que está dada por el ritmo de las palabras, uno las lee y parece que las oyera. En el silencio es el ritmo lo que provoca esa sensación, pero también son las resonancias que provocan las palabras, un espacio temporal en el que se cruzan los sentidos con los sonidos, y que no es igual cuando comienza la frase o el párrafo que cuando avanza o cuando termina, siendo una especie de recorrido musical bastante íntimo y difícil de describir.
Así, como si cada período fuera toda una historia se deja sentir el inicio, el desarrollo y el final de cada período, de manera muy identificable. Como una pequeña célula viva el párrafo nace, evoluciona y se cierra,  cada vez con igual ritmo interno y cada vez de diversa manera.
Como cuando uno se sumerge en un viaje submarino, donde todas las cosas se miran, se escuchan y se sienten diferentes, así, la lectura se abre, uno se introduce en ella y parece que todo el derredor se esfumara. Es lo que se ha llamado literatura hermética.
Cada párrafo está construido con densidad y ritmo. Labrado con cuidado, relatado morosamente, en un tiempo propio, particular, a veces como moliendo las palabras, con un ritmo literario orgánico en el que nace cada párrafo con sus imágenes iniciales que describen una situación y luego la situación evoluciona. Al final de cada párrafo la situación no es ya la misma.
Cada período resulta ser un momento o una imagen que se deja armar como un mosaico de cerámica, pieza a pieza, sólo que no en el espacio sino en la temporalidad de la lectura. Es un texto de estructura multifacetada.
El texto se construye, adobe tras adobe como una pared que las manos de la artista dan nuevas formas, o mejor decir, con una substancia de cerámica en la que puedes hacer las paredes con las manos, dándoles formas curvas, corpóreas, sinuosas, onduladas. Así el texto-río lleva la barca de la lectura. O como si los sonidos de las silabas mezclados con los significados de las palabras fueran gotas que van haciendo un arroyo; un rio en el que cada párrafo se constituye en la jalada de un remo que nos lleva cada vez más lejos.

Algo tienen esas palabras que transcurrida la primera línea se dejan sentir como una voz. Hay una persona que está sintiendo, hablando o es una persona que está pensando. Como si yo estuviera en el interior y oyera los pensamientos y a través  de sus ojos estuviera viendo y a través de sus oídos escuchando.
Avanzo la lectura y de repente estoy metido dentro de ella como que las palabras que leo se hacen mías, como que a mí me sucediera lo que estoy leyendo, me apropio de sus palabras, las siento, y a través de sus palabras, su sensibilidad. O quizás soy yo el que hablo… un encarnarme en esos textos, un introducirme en las venas de otro ser.
Esa voz me habla desde adentro, yo soy ella, y oigo los pasos de los tacones desde dentro. Suerte de trasmutación en la que ella, la autora, cede su ser y en la que yo cedo mi ser, me pongo como un vestido ajeno en  el que me siento cómodo para seguir explorando esa vivencia ajena de la que me apropio y con la que me identifico.
La fruición de las palabras resbala una a una como las paredes del túnel en el que me deslizo en una experiencia íntima que no es la mía y sin embargo resuena en mí como mi propia memoria de sensaciones y pensares. Como un abrazo en el que dos cuerpos se hacen uno, dos voces se hacen una.
Es la vivencia de la identificación en el texto literario poético, en su mixtura con el aspecto misterioso, maravilloso y mágico del lenguaje. Mágico como el acto tan común y cotidiano de comunicarme con un ser querido a través de su fotografía.
Con estas dos obras más su primer libro de relatos, Vanessa avanza con pie firme en el largo camino de la escritura, emerge así en nuestras jóvenes letras ecuatorianas.

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