Ese vínculo que enlaza las presencias del yo y del otro es brutalmente amputado, sin embargo, la existencia de ambos es irreductible.
¿Cómo logra el ser advertir aquella presencia ajena, y más aún… cómo logra convivir con ella? De ahí un ser aturdido, desbastado, resquebrajado, que no sólo debe asumir su propia existencia, sino que además debe admitir la ardua y la no-fácil “presencia del otro”.
A veces nos embarcamos en el intento de entender lo que no tiene lógica, no hay lenguaje alguno que pueda descifrar exactamente un sentir, un sentir que no se puede traducir en palabras, ni en imágenes, ni en canciones… buscamos respuestas pero tal vez no hay para qué hallarlas.
Aquí se plantea a la mutabilidad y la incertidumbre como lo único constante y es esa duda permanente un motor, un laberinto, y por lo tanto un recorrido en el cual perderse, y es que tal vez lo que se busca no está tan lejos de uno mismo, pero hurgarse por dentro tampoco es una tarea fácil.
De ese estar perdido viene la crisis, una angustia penetrante, el temor al vacío en medio del pecho, la incertidumbre del instante mismo, el cuerpo con su sensibilidad a flor de piel, con los poros abiertos para sudar de ansiedad, de calor, de añoranza. ¿Entonces para qué entenderlo todo metódicamente, racionalmente?
Gadamer dice que somos entes lúdicos, pero también somos seres emocionales, somos la chuspa por donde se filtra el mundo y el mundo no se puede procesar sólo vía cerebro, para eso tenemos piel, sensibilidad, tacto…
El tiempo, el del reloj, va marcando compases distintos a los de la sangre en el cuerpo; ambos, reloj y sangre son hallados en esta investigación como los metrónomos del tiempo: “el tiempo midiéndose a sí mismo”. La sangre marca un ritmo, el respirar marca otro ritmo, el andar, el parpadear, igual que el segundero, pero con velocidades distintas y también con intensidades diferentes, todo a la vez; y mientras tanto el clima aumenta sus grados cuando más “yos” y más “otros” se acumulan, demasiados ritmos, sin ritmo, vaivenes sin a dónde ir ni de dónde venir, respiraciones confusas, inhalaciones de ruido, exhalaciones de dudas.
Se ingiere café, se expele olor a niña.
¿Adónde se van las certezas que uno ha tenido? Ejemplo: cuando se espera que al volver a casa la familia esté completa, y cada vez quedamos menos, pero eso sí, los que quedamos desdoblamos la crudeza de poder comer en la noche con calma mientras vemos por la ventana un mundo abrumador, mientras lo que sucede durante el día ya nos muestra una realidad violenta compulsiva, inhumana… entonces, me pregunto: -¿habrá que leer los “Cien años de soledad” o nos tocará vivirlos?, el realismo mágico no es sólo un refugio o una evasión, como lo pensaban quienes criticaban a Borges y a Cortazar, que fueron creadores de este género literario, a veces parece que el realismo mágico fuera la única posibilidad.
¿Adónde se fueron los dioses en los que me enseñaron a creer, las oraciones antes de dormir, la vereda por donde uno caminaba siempre, las muñecas con las que nunca quise jugar, el amor en el que antes creía, el mundo en el que vivía cuando no había temor a lo que vendrá? y ahora se encuentra todo rasguñado, mal herido, pero esta vez con el desconsuelo de no haber marcha atrás.
Las tristezas solas, las sábanas pegadas, los muertos que dejan su muerte en mis brazos, los que mueren de a poco cada noche, los que vivimos sin saber si es cierto, creyendo a veces que sí.
Pero la crisis jamás podría ser insípida, al contrario, llega a tal extremo de ser amarga que se vuelve dulce.
En esa crisis el yo se ahoga en la pretensión de interactuar con el otro, pero el ser es social, aunque a veces prefiriera no serlo, y esa aceptación del otro como distinto e igual es la única posibilidad de aceptar al yo propio.
Un narciso que ya no busca su reflejo en el charco de agua, sino en el brillo de la mirada que le dirige un otro ajeno, que al estar fuera le permite ser, sustentando aquella hipótesis de su propia existencia. “Otro, luego existo” es lo que dice Freddy Álvarez.
Y está ahí otro formando al yo, cual un Doctor Frankenstein que construye con pedazos de materia muerta un ser que posee los fragmentos que son el vestigio de los otros que aún en su podredumbre protagonizan la construcción de aquel cuya hechura depende de las piezas que lo integran y cada fracción necesita de otra para conformar la irregular estructura de un ser armado pieza por pieza.
Y no resulta monstruoso ser mil piezas y una sola, o ser parte de todo y de nada, la posibilidad de cambio y la inestabilidad es la incitación a una reconstrucción auténtica e inagotable, es la posibilidad de reafirmar o desdibujar lo que en un abrir y cerrar de ojos puede llegar el individuo a ser o no ser.
Esta construcción es un rompecabezas, un juego de paciencia, donde unir una pieza con otra es una responsabilidad auténtica de entrelazar un tejido que forma un todo de elementos varios.
Estamos construyendo un yo, el yo está permitiendo que lo construyan, el yo se construye. Pensar que mis retazos se unen, me forman, me construyen, me constituyen.
Las Artes Plásticas, la Música, la Literatura: 3 mundos infinitos, absolutamente sublimes, le otorgan a esta crisis una posibilidad fecunda de romper el muro invisible de distancias y obstáculos.
Lo que no se puede decir intenta ser dicho mediante un lenguaje híbrido, atravesado por la imagen, el sonido y el texto que vienen a constituirse en unidades significantes que se eslabonan, con niveles de protagonismo distintos, pero cada una con inagotable sensibilidad.
Leer el silencio y descubrir que suena más sórdido aún que un acercamiento al otro interrumpido, deja saber que no es imposible volver a intentar una interacción, y es evidente, ahora, después de un proceso complicado, que también es inacabable, que el tesoro del aporte de aquel brillo de mirada ajena puede, incluso en esta época de crisis, ser rotundamente enriquecedor, y es así que la “Cartografía de pies a cabeza” que propongo como producto artístico fruto de la investigación, tiene el aporte ya no de un recorrido introspectivo o de una mirada subjetiva al referente más cercano (yo), sino de un recorrido más sinuoso aún, un recorrido acompañado, en que la huellas de quienes se involucraron están marcadas, con rastros de lo poético, lo plástico, lo musical, lo lúdico, lo sombrío, lo fragmentario, lo íntimo, lo sensible.
Y finalmente acogiendo a Shei Shonagon cuando enlista lo sublime en su “Pillow book”, pretendo hacer un inventario de los aprehendizajes más importantes que he obtenido en este proceso de investigación, al que podría llamar además “proceso de encantamiento”, cuando el fruto de un trabajo académico “culmina” (entre comillas por lo inacabable que puede llegar a ser) entretejiendo una vivencia personal de un valor que no se mide sobre 30 puntos:
He aprehendido a escuchar, a no tener razón, a tolerar lo que es distinto a lo que busco, a aceptar asertivamente una situación, a no responder con gritos, a respirar con calma, a esperar por alguien más de 3 minutos, a no huir de otras presencias, a aceptar la ayuda de otros, a necesitar de otros y no recriminarme por eso, a prestar mi lápiz para que me ayuden a escribir, a dejar que otros rayen mi papel, a esperar mucho más de los demás, a no bailar sola, a esperar que al compartir esto con ustedes, abriendo mi ser de par en par, lo que se pueda hallar sea un aporte, el que ofrezco con honestidad como ser humano.
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