martes, 3 de abril de 2012

“Historia vacía”

Mi esencia aborrece el vacío, se desmaterializa de a poco y mientras se ausenta deja presente la falta que hace, se vuelve intangible, se me esconde en las piernas y se queda ahí mientras la temperatura no llega a ningún extremo, se fragmenta y hace silencios bruscos, sobre todo cuando es necesario escuchar aunque sea el recuerdo de una canción. Me volví inhabitable hasta para mis pensamientos, hermética, impenetrable y aunque parezca redundante, lo único que busco es desalojarme de mis vacíos, llenarme de todo lo que pueda robar, robar para subsistir, para sentir, para vivir, para comer, para abrir los ojos, mirar, para estirar la mano, acariciar, para que cuando existan sonidos los pueda oír, para que pueda escuchar también un silencio de figuras redondas y alargadas que sobrepasen los cuatro tiempos, para robar porque todo es de otros, todo tan ajeno, robar porque no tengo ganas de los restos que son lo único que me saben dar, porque no quiero las sobras, porque me es difícil construir algo con eso y mientras continúo mi camino buscando huellas que constaten alguna presencia o reafirmen ciertas ausencias, me siento más cerca del punto del cual partí, tal vez porque no he podido llegar a ninguna otra parte que no sea el mismo terreno angosto al que debo acostumbrarme por coincidir que es aquel de donde salgo y hacia donde voy.

Encuentro todo tan impersonal, tan absurdamente impersonal, tan deliciosamente, exquisitamente, cruelmente, desquiciadamente, tan absolutamente y tan locamente impersonal, que cuando el reloj vuelve a hablarme del eje en el que se mantiene constante porque no puede huir de él, me acuerdo de mí y del lugar al que me dirijo, que es el mismo en el que siempre estoy, no porque ya haya llegado sino porque tal vez nunca he podido partir.

Mi cuerpo busca saturarse una vez más, y cuando cierro los ojos por las noches, puedo jugar con las manchas verdes, rojas y azules que se mueven en el escenario de la parte interna de mis párpados; cuando desaparecen y reaparecen, intentan distraerme, pero de todas formas termino dándome cuenta de que la única compañía con la que cuento es la de 2 sábanas, 3 cobijas y un colchón. A la sábana de arriba la hice yo misma, mientras reunía los retazos que me han dejado; tuve que clasificarlos por color, intensidad, correspondencia y duración, para que los besos no vayan mezclados con las caricias y las miradas no se pierdan entre la vibración grave de las cuerdas de una voz; después de un largo proceso de selección fui uniendo los fragmentos y ahora, aunque quedaron espacios sin llenar, estoy envuelta en mi sábana de retazos; a veces sin que yo lo quiera me quedo inmóvil y enredada entre los hilos que unen los “besos en el cuello” con los “ojos abiertos al besar”, y en el intento de liberarme suelo quedar atada a las “caricias por compasión”, porque de mí le gusta sólo lo que escribo. Pero los hilos que sí lastiman son los de amarrar una mentira tras otra, principalmente cuando las creo sabiendo que son la parte que confunde mi necesidad, no de saber que estoy llena, sino de que no estoy vacía. A veces la única forma de zafarme es tratando de salir por las partes que no tuvieron ningún afecto que las llene, pero cuando la piel se vuelve pegajosa, por equivocación se me adhieren las partes pequeñas que no se sujetaron del todo, es que algunos fragmentos son tan insignificantes y diminutos que no sé qué hacen unidos al resto, tal vez no tengo dónde más ponerlos y realmente adjuntarlos no es tarea fácil, la aguja no los puede traspasar porque cuando lo hace el pedacito se desintegra en miles de hilos inservibles que ni me cobijan, ni me atan a nada, pero aunque parezca que pierdo el tiempo con estos trozos, creo que deben ser parte de algo que me mueve hacia una rueda de diámetro indefinido que no detiene su dar vueltas, aro en el que veo una y otra vez cómo en la cacería de afectos los cariños se desvanecen más rápido cuando más deseos tienes de atraparlos, cuando son muy pequeños huyen fácilmente, pero cuando son grandes y se van... o nunca han llegado, dejan un espacio de ausencia que está aún más presente porque en las noches el frío puede entrar por ahí y es muy difícil hallar uno de las mismas proporciones para no extrañar lo que se echa de menos, sobre todo cuando me pincho y sangro por no saber muy bien cómo se cose los retazos que no se tiene, porque alguien más los ha cosido en su sábana antes de que yo aprendiera a enhebrar, pero el retazo que quiero se desprenderá, caerá solo y vendrá para que ya no entre el frío de las noches por el hueco de ausencia por donde logro salir cuando ya casi amanece.

Sigo en el mismo punto, solo que mi cuerpo tiene una coloración distinta, ahora se pierde en el lugar porque ha tomado el color del fondo, antes me perdí en un charco, después en mi sábana, y ahora me pierdo en la pared porque en algún punto hay un juego de luces que hace notar que un cuerpo está presente, sin embargo las mismas luces me anulan en los ojos de los otros porque sigo oliendo a niña a pesar de todo el café, pero ahora veo que son las mismas luces que estaban en mis párpados, pensé que se habían quedado ahí como parte de mis noches, pero ellas también están afuera aseverándome y refutándome mientras camino sobre esta máquina que cruje y no me deja despegar del sitio donde di el primer paso, tal vez si continúo caminando hacia ninguna parte mi cuerpo sude hasta lavar el color que me cubre, así mi presencia no estará ausente y dejará de eclipsarse en cada parpadeo. El color que me vuelve indiferente al espacio lo definió la necesidad que tengo de sentirme parte de algo, quisiera ser tan sólo un fragmento de alguna cosa, pero como no pertenezco a nada, soy constantemente el desquiciado, loco e impersonal intento de pertenencia que no se adhiere a ninguna piel.

El sudor en el que ahora escribo ha salido de las no-miradas y las no-presencias, de las no-existencia de las cosas, de mi pasividad adherida a los gestos, de los espacios de ansiedad que ocupa la lengua sin saborear los minutos que desaparecen. Sudo porque tengo que jugar con las palabras, porque me obligan a no-querer. Quiero=Cariño y Quiero=Ganas, por eso ahora necesito urgentemente aprender a robar, a eliminar, porque todo es otra vez tan impersonal que no logro apropiarme de nada, no logro ser yo para mí misma, soy otra yo y ni siquiera sé para quién. Tengo que odiar aunque esta vez se me hace más fácil querer, pero sólo son palabras, por eso ahora Odio=Cariño y Odio=miles de ganas, para que a nadie le moleste el hecho de que me encante oír su voz.

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