sábado, 8 de noviembre de 2014

lunes, 3 de noviembre de 2014

Cartografía de pies a cabeza


Cartografía de pies a cabeza. Video-performance. Vanessa Padilla. 2007



Aquí intento zambullirme en la humedad de un cuerpo: mientras su sequedad me asfixia voy hundiéndome en una piel que palidece.

Doy inicio colocando una lágrima en el humo del volcán, así mi tristeza se expandirá por el mundo.

No habrá respuesta a la mordida en un cuello adormecido que no siente el cosquilleo de una caricia, por eso empezaré de mayor a menor por los dedos de los pies. Un cuento leído jamás o un poema de versos cruzados que no empatan con nada; una voz afónica que no entona más que susurros ininteligibles.

El azúcar pretende endulzar un café que se rehúsa a ser ultrajado, más allá del tiempo que el agua tarde en hervir o la boca en sorber la temperatura alta de las escenas de cercanía. Está tendida en la cama la misma cobija desgastada donde los conejos ninguna vez vomitados y los te quieros nunca dichos fueron acogidos con tristeza; las obras no realizadas, las palabras no pronunciadas, frases que fueron escritas en el aire y no en un papel, un desfile de mentiras, un piano sin sus teclas negras, sin sus medios tiempos, los tobillos torcidos, los pasos mal dados… mi propia caligrafía.

-¿Cuándo vas a salir del monitor?... te espero en mi silla- me dijo por escrito (aún no he podido llegar).

Mil vocablos sin tibia voz que otorgue significaciones a los discursos, con un tiempo inconstante de nomenclaturas inversas, un segundero de nombres impropios, minutos de pactos hablados, el maquillaje de la humedad sin rocío, decepciones por llevar a cabo, pantorrillas arrancadas, muslos apretados, secreciones de distinta consistencia, la frase de un léxico compuesto sin poética, un sudor sin piel que madura arrullando una fiesta de articulaciones vanas, de coyuntura absurda; el muestrario de una colección que pinta con los dedos (de la mano) el repertorio cantado que produce hastío y brusquedad en lugar de placer, más tarde pugna el riesgo de andar por la vida despojada de quereres, con las rodillas desgastadas y los muslos fatuos, componiendo con sustancias propias del cuerpo el aislamiento de cada asunto interior entre caricias y pudores.

Shhh… el tiempo vuela.

Seiscientas nueve palabras tiene el mensaje que no quiero decir de la misma manera, y me obsesiono sesenta y un veces por minuto, tomo trece tazas de café al día, pero mi texto sigue fragmentado, partido y manoseado tres veces más; como las cánulas que al escribir una historia componen miles de ellas, como piezas del mismo rompecabezas que no supe armar, como el trayecto del mismo laberinto en el que me hallo perdida; basta con apretar un botón.

Un abrazo parido sin dolor, impresiones en serie, el afecto al roce del tacto, el ombligo tiene un toque de dureza y desapego. El camino perdió su senda, se fue por un simple atajo. El cruce del carril tiene un pasaje de andanza y un vagabundeo a ritmo de trote. La cuesta se baja rodando en un escurrido desentierro del vientre. Los pechos llevan entre sí al agujero del vacío; se ha barrido la travesía y desempolvado las madejas, el carrete de mi ovillo enrollado sin bobina es mi cuerda, mi tendón, mi cordón.

La ansiedad de la caricia despertó una agitada sensibilidad en la piel del cuello, a tal punto que el rostro abrió sus fauces. Debe haber un escenario para cada delirio, y un desatino para cada espacio. Desatinos, delirios, espacios y escenarios. Necesito un tiempo que invierta su propia acción y un estruendoso silencio para sentirme rumorar desde adentro, para beber las palabras y con los ojos cerrados escuchar aquella voz: aletargada, entorpecida, desvanecida, indolente y mía.






Despedida

El cielo de la añoranza me cubre, una dicotomía entre calidez en la piel y un frío que penetra hasta los huesos, se va pintando un lila suav...