Le
regalé mi corazón… y dijo no.
Y
venían desmoronándose frente a mí
los
rituales de purificación
que
a mi alma
el
frío de otro clima le ultrajaba.
Parecía
convertirse todo
en
una cadena de casualidades
que
me anunciaban un destino
perfectamente
esbozado…
pero
fue sólo necedad.
Intenté
borrar
de
mis afectos más solares
la
intención de la vida compartida,
encerrándome
en la cápsula del éxito
por
el cual recibía una riqueza cada mes.
Empecé
a escribir mis ficciones
sin
encender la luz,
así,
a oscuras, en la sombra,
para
no ver cómo el papel y la tinta
hacían
de mi mano un cuento.
Las
líneas juraban una historia incierta,
con
huellas que dirían quién soy cuando lo olvide,
son
tantas las veces que he consultado en ellas
porque
los pensamientos me pierden
en
la lúgubre tempestad de la conciencia.
Mi
mano fue un pergamino
que
narraba la magia
dibujaba
la textura de mi piel (en azul)
y
en los surcos se quedaba la memoria
de
años acariciando el viento.
Viento
de susurros nobles
que
endulzan, que acogen,
que
envuelven… que olvidan
susurros
nobles, como cantos callados,
que
son secretos guardados.
Me
regaló su corazón… y dije sí.
Y
los rituales de purificación
de
la cascada de mi alma
abrieron
los surcos
de
la piel hasta lo imposible.
Viento de susurros nobles,
viento
de cantos callados.
viento
de secretos guardados.
Me
dijo ven…
Y
lo dejé todo.
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