domingo, 7 de marzo de 2021

Escritura creativa y maternidad

Por Vanessa Padilla

Ella sube las escaleras sin prisa, sin embargo, cada paso que da hace que la madera resuene, al llegar al altillo descubre que el lugar tiene una luz tenue y está lleno de objetos desordenados como si un remolino los hubiera levantado por los aires y depositado por todas partes, entre tanta cosa encontró un cofre lleno de muñecas de trapo, ella jugaba a darle un nombre a cada una y luego encontró que debajo de ellas estaba oculto un álbum de fotos, en la primera se reconoció a sí misma e inmediatamente recordó que fue tomada cuando todavía tenía un miedo atroz a la sola idea de ser madre, estaba sentada en las piernas de él, pero luego del clic, él balbuceó la palabra bebé y ella de un brinco fue a parar al otro extremo del salón de paredes rojas donde estaban, tuvo que tomar agua para pasar el susto y explicarle que ni loca, que el trabajo, que los viajes, que tralalá, que esto y que lo otro, ella sabe que de haber sabido lo hermosa que es esta experiencia pronto habría tenido 5, 6, mil guaguas… Hubo otra foto, un retrato de sus padres, verlos la llenó de dulzura y de tristeza a la vez, difícil de describir, pues su madre fue esencial para sobrevivir a los acontecimientos de la pre-eclampsia, aún estando al otro lado del mundo, en un momento de meditación para apaciguar el miedo y el dolor, tuvo una alucinación, escuchó la voz de su madre que le decía: “todo va a estar bien”, luego se despertó y supo que pase lo que pase nunca su madre había faltado a su palabra, un día más tarde el momento llegó anticipándose enormemente a la fecha prevista, con todos los peligros que conlleva, y su madre atravesó el atlántico para cobijarla, levantarla y darle la fuerza que iba perdiendo. Él no vino, y cuánta falta le hizo, era como cuando en un eclipse se esconde la luna justo en el momento en que más necesitas que brille, porque hay momentos en los que prefieres que te abracen y te sostengan de verdad, qué lejos que vivimos, qué grande y profundo es el océano. Otra fotografía está partida en dos, ella sonríe, porque este fragmento guarda en sí la promesa del reencuentro, cuando su mejor amigo y ella se vuelvan a encontrar en algún lugar del planeta deberán llevar consigo esa parte faltante como un pasaporte, como una llave maestra, hay almas que no se separan aunque la geografía nos intente de convencer de lo contrario, o si se separan será por un ratito, la vida los volverá a juntar, mirar esta parte de la foto implicaba crear simbólicamente la parte faltante, tocar los bordes, recordar la despedida, añorar el reencuentro, qué foto llena de ilusión, fue una de las primeras personas a las que ella contó que su bebé había nacido, y él le dijo que está seguro de que será una madre hermosa. La emoción la embargó al punto del llanto, ni una foto más, decidió cerrar el álbum y colocarlo nuevamente al interior del cofre con cada una de las muñecas, se lo llevó como si lo cobijara con sus brazos y bajó las gradas tan sigilosamente como cuando subió, esta vez no se dio cuenta del sonido, ahora el cofre está en su altar junto a las flores y la vela que enciende cada día.  

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