miércoles, 10 de marzo de 2021

Escritura creativa

Anécdotas de nubes

Por Andrea Enríquez

 

¿Qué circunstancias deben ser las que hay alrededor mío para que yo aparezca? Cuando el sol está cansado permite que la humedad de la atmósfera se reúna, y como una fábrica de algodón de azúcar comienzo a existir. Hay también días en los que siento que somos pinceladas, fruto de la mano de un brochazo gigante sobre el firmamento. En otras ocasiones me parece que nacemos como obra de un agricultor de nubes, ya que me veo crecer desde los surcos que están arados en el cielo. Y aquí sólo hemos hablado de la forma, porque si pensamos en el tiempo… En la mañana soy insípido, en la tarde solemos tener un sabor a tierra y en el ocaso me siento dulce.

 

Pero lo mejor a cualquier hora del día es ver cómo me miran, esa sin duda es la actividad favorita de la mayoría de nubes. Un día estaba andando sobre unos edificios y vi que tras una ventana de uno de esos departamentos un bebé lloraba, el sol siempre desmesurado no se percataba que estaba cegando a esa persona pequeña, entonces decidí cruzarme entre los ojos del niño y el sol, si bien calmé su llanto, no dejaba de sollozar por lo que decidí adquirir la forma de uno de los juguetes que tenía a su lado, era un perro o algo así. Esa es la ventaja de ser nube, uno se puede modificar, arrancar, amoldar. El niño sonrió.

 

Pero no todas las nubes saben usar con sabiduría este don de transformarse. Una vez vi a un grupo de nubes sobre las montañas del oeste que se estaban peleando por algo que les había dicho el sol. Lo más justo hubiese sido que se disipen pero en vez de eso comenzaron a insultarse, eso en el suelo firme se escucha como rayos y se comenzaron a poner negros de la rabia, otras nubes asustadas comenzaron a llorar y eso es tormenta abajo, vi con tristeza cómo la gente señalaba asustada a las nubes peleonas y huían de ahí.   

 

Pero tal vez el escándalo más grande que se ha dado por este don de transformación que tenemos es aquel del amorío del sol con la lluvia. Todas las nubes eventualmente lloramos, es una forma de lanzarnos directamente al piso y contactar físicamente con las personas que tanto nos miran. En cada gota caemos a pedazos, un proceso normal en este mundo efímero de ser nube. En una ocasión, una de estas nubes se precipitó con tal fuerza al piso que el sol quedó realmente perplejo por su valentía y coraje. Él pensó que la nube se lastimó, y bajó dos de sus resplandecientes rayos para ayudarla a levantarse. En tanto se tocaron, todos los sabores del mundo se sintieron en el cielo y la tierra. Tanto las personas como las nubes nos admiramos al ver cómo ese contacto tan sutil se trasformó en un potente arcoíris. Ese sí que fue un escándalo, no por lo sobrenatural del encuentro, sino por el hecho de la sorpresa que nos trajo descubrir que éramos capaces de transfórmanos en algo tan bello.

 

Desde ese día tengo la impresión de que todas las nubes que fuimos testigos del hecho, nos trasformamos con más responsabilidad. Cada forma tiene un fin, una consecuencia, a veces es sacar la sonrisa de un niño, otras tocar la cara de nuestros observadores mientras lloramos precipitadamente hacia la tierra o hacer magia con el sol.

 

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