Me desbordo, me deshago en hilos.
Las capeluzas del miedo me despintan los colores del alma.
El fin promete una separación mayor a toda el agua atlántica que está ya fragmentuzando mis dos mundos.
El hilo de la nostalgia me desnuda y me tiembla el cuerpo de frío.
Tiritando se desata la comisura de mi boca donde prometiste nacerme un beso. Encerralada me vuelvo más sensible a tu cantopla.
Me destejo.
Las lanas de mi saco de invierno agrisan sus hebras,
es el miedo a la muerte que acerca su aliento.
Me hago ovillo creyendo abrazarme a tu piel que me abrasa si la sueño.
Me descoso.
Las puntadas dolorosas que clavaban tus ojos, me dan cuenta de que no te volveré a ver, como si no fuera ya bastante con que toda la vida no me hubieras visto.
Encerralada entono trovatos y nostalgias rasgando las cuerdas de poca cordura con que remiendo las huellas del jamás, para cantar susurullos simples de cuatro tiempos.
Tu cantopla se vuelve más sensible encerralado tú.
Me desvanezco, triste, con miedo, y desvanecerse, en mi caso, es grave.
Sin piel, sin tinta, me transformo en oleadas de humedor y clamo latidaciones que no escucho. Envano todo.
Mi hilo de ternura tiene puntadas sin ritmo, el de los apegos me aprieta, me estrangula, mi hilo de tequieros me los calla, se los traga.
Me desbarato tratando de entender letrituras y malinterpretando tonos, desafino.
Me desaguo en llantiqueos silenciosos, me deshilacho gris y taciturna, me hundo, me desarmo sin empezar la batalla de piel que quería luchar contigo y no tengo de ti ningún olor impregnado.
Me deshago de ti, que me dejas.
Me desmantelo el café servido, sin pan, con tersuqueos dulces y tímidas pero sinceras farfuciones pendientes.
Las puntadas de las cantoplas parecen unir lo roto, pero los nudos, ciegos, me confunden. Me pincho, sangro, no tengo tacto, me lastimas, me rompo.
Las muertes acechan y ahondan el enmimismamiento de vivir.
No hay cantopla encerralados juntos.
Donde inicia la boca se sembraba en letras un beso bien florecido, los abrazos de piel distante se daban con fervoción, pero en hilos me desbordo las aguas y el desconcierto. Me encierro a fuerza de repasar dulcemente caricias que no fueron nunca, amalgamas de luz y sombra, de distancia, de taciturna envidia.
Se borran los caminos de acompañarnos, temblando yo y sin sentir nada tú.
Los años nos descubren lejos, tan lejos, que lo único que tenemos son dos canciones que nunca cantas y los cuentos de ausencia que no te leo.
La vainilla, la manzana y el café son más amargos en el adiós.
Las capeluzas se mezclan, pero no combinan, entretejen murmullidos y voceroncas.
Mi pecho deja de ser fuente de carimacos y mimoteos donde se bebe vino, caricias, amores y cuantas letras cantoplaras para lamiciar mi regazo.
Mejor dicho: te extraño.
Vanessa Padilla A. Cantariega
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