Inhalando aprieta el gancho esta mano temerosa que torpe entreteje nudos y los desata; luego vuelve a trasponer el agujero con movimientos inoperantes buscando formas de crecer que no funcionan, de cubrir que no envuelven, de abrigar que no arropan, de abrazar su cuello sin respirar siquiera, neciamente queriendo rozar de la lengua esa voz que ondulante hace temblar en la mano aquella ansiedad destemplada de caricias acomodadas que no saldrán de los dedos ni para rasgar la volátil, húmeda y cerrada letra que mejor le suena. Con tanto desaire cada puntada es un delirio. El desatino es el desbordamiento de la sangre en las venas donde rebasa la letra “e” trastocando la significación del lugar mismo, del cuerpo sin un texto que lo perfume y del tiempo al que aún no logro sostener. Adoro su voz pero sobre todo su vos. Mi café se aturde, se enfría, no entiende que cada palabra con su imagen y sonido es para usted, aunque la letra “o” me hunde en otro abismo hacia sus labios, tanto así que puede acercarse a la página y sentir un aroma, el mismo de la niña que ahora le entiende diez años atrás. Mientras la mano cobarde ensarta roces que no puedo palpar, exhalando aprieto mis propias fuerzas y con su rostro tan cerca… cierro los ojos.
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