Encuentro todo tan impersonal, tan absurdamente impersonal, tan deliciosamente, exquisitamente, cruelmente, desquiciadamente, tan absolutamente, y tan locamente impersonal, que cuando el reloj vuelve a hablarme del eje en el que se mantiene constante porque no puede huir de él, me acuerdo de mí y del lugar al que me dirijo, que es el mismo en el que siempre estoy, no porque ya haya llegado sino porque tal vez nunca he podido partir...
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