Debe indagar en su boca, sí, para hallar al destino. Hay días en los que ella lo busca sin saber que está ahí de cerca, en su lengua, en su paladar, dando vueltas salivado, húmedo entredientes, y lo sigue buscando con los ojos y las manos como si los ojos pudieran ver y las manos tocar, o viceversa, algo que ya sabe, que todos sabemos, que no se puede.
Grita, grita y acusa a otros de sus privaciones, como si en esa acción rebosaran sus vacíos, claro, ya sabe que no, ya sabe que al clamar se pierde más, se cae, se arrastra.
Entonces piensa: -¿qué hago aquí, cuál es el ancla que me tiene en este suelo infecundo? entonces se mueve, en círculos otra vez… y nunca llega porque ya está ahí.
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