sábado, 19 de junio de 2010

Laberinto

"Quiero oler a café". Fotografía-Instalación. Vanessa Padilla

“-Claro está que si no lo ves, tu incapacidad no invalida mi testimonio…”.
Jorge Luis Borges


Iniciar el recorrido es dar el primer paso hacia un jardín donde los senderos se bifurcan como aquel en el que Borges aborda con profundidad la angustia íntima del hombre y la plantea como un laberinto, como un enredo que además de ser realista es mágico y que por ser esencialmente aprehensivo no permite escapatoria alguna.

“Para Jorge Luis Borges, la búsqueda, como todos los destinos humanos, es una configuración única, diseñada tal vez por los pasos que cada uno de nosotros urde en un laberinto incalculable, y condensable en una cifra secreta, un “aleph”, al que a veces creemos vislumbrar pero nunca logramos capturar plenamente”. (Marcelo Packman).

Indecible lo perdido que alguien puede estar mientras se busca a sí mismo, andando un trayecto sin regreso donde el cómo-llegar importa más que el hacia-dónde: lo que recorro y no a dónde llego.

Se trae a cuestas la indecisión de no saber qué rumbo tomar. ¿Cuántas cosas ocultas, cuántos caminos sin salida, cuántas puertas cerradas al no encontrar las llaves de acceso?, se tiene también la compañía del azar y la responsabilidad de decidir si marcar las huellas del recorrido o pasar inadvertido, pero las huellas inevitables no quedarán sólo en el camino sino también en la piel, en la memoria.

Las huellas del transcurrir se posesionan de una negación a quedarse estático, optando por transitar pasajes inciertos donde cada pisada será una posibilidad latente de construir la bitácora de un recorrido, o al menos de desgastar los zapatos y obtener en ellos la evidencia de una añoranza del pasado o el convencimiento de no querer volver atrás definitivamente.

Cuando los Situacionistas asumieron la empresa de crear “Situaciones sin retorno” tuvieron la pretensión de transformar en el hombre ese rol pasivo con el que acepta sin cuestionamientos el sistema social, la rutina, el trabajo maquinal, el derroche del tiempo libre, el manoseo de los medios, el arte excluyente, la cultura estereotipada, el desgano y el conformismo, proponiendo una renovación del comportamiento que no se podría dar sin una restitución ética como el primer paso (el más difícil) para recorrer un laberinto, aquel de íntimo enredo que procura Borges en su obra, para cruzar el umbral que une un mundo de supuestas certezas con uno de absoluto desconcierto; el segundo paso aún tiene recelos, pero es desde el tercero que se puede hallar un pasadizo obstruido o abierto que inicia el viaje; perderse y regresar para retomar el rumbo impone el peligro de perder el norte y por ende, también el sur.

El deseo de vivir con intensidad incluso la más acentuada angustia, impone procesos de cambio profundo que serán consumados manteniendo la idea de no haber retorno en la situaciones, más aún cuando el tiempo insista en su manía o talento de no detenerse y mucho menos de volver atrás; así aparecen dudas nuevas y se levantan más paredes en aquel laberinto que es un espacio por transitar o el mismo ser intentando recorrerse.

El estar perdido no sólo genera la intención de hallarse, en ciertos casos será decisivo mantener latente ese estado de búsqueda, porque más que un percance es una responsabilidad cuya decisión de asumirla parte de aquella restitución ética, mencionada anteriormente y que sería trabajada como La ética de la autenticidad por Charles Taylor.

Lograr asertividad al caminar es dar los pasos correctos o incorrectos, en fin, es darlos y eso es trascendente; es hallar la ruta precisa aún en la más aplastante angostura y es que suscitar situaciones ya es una conquista. Insisto: lo que recorro y no a dónde llego.

Un laberinto, o miles de ellos, el ser humano perdido en sí mismo, sin hallarse, descubriendo en el camino al otro de quien no tenía conciencia, pero a quien un día puede ser capaz de reconocer e incluso tolerar (y hasta complacerse de él), pues forma parte del camino que debe recorrer aunque sólo fuera para encontrar un sendero sin salida, afortunadamente trabado para averiguar que no hay tantos motivos para salir como para continuar haciendo el recorrido, no un para-qué sino un cómo.

No faltará la sorpresa de lo que se puede hallar en cada paso dado, en cada paso por dar; incluso en la arrogancia de descubrir espacios intransitables, en la fortuna de detenerse en un rincón poético, o en andar los lugares y no-lugares de Marc Augé.

Hay caminos de toda clase: por donde se ha pasado, por donde no se volverá a pasar, a los que no se quiere volver, a los que no se puede volver, los que se transitarán una y otra vez, los que parecerán un desfiladero oscuro, en los que es posible deslizarse, los rectos, los sinuosos, los que son efímeros, los de transcurrir lento; la clasificación no alcanza a determinarlos todos, al intentarlo se pierde en su propio enredo.

Los laberintos con su trayectoria incomprensible exigen cautela para atraer hacia uno el suceso, o para crearlo; lo esencial es la permanente indagación y todos los sentidos vigilantes, prestos a reconocer qué tan lejos se puede estar de hallar lo que se busque, no importa qué, pero deleitándose con cada paso y saboreando cada sorbo de aire que se introdujera por la agitación del recorrido.


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