Había una vez, como en cada cuento, pero ésta fue una vez en que en
fui a parar en un lugar realmente muy pero muy lejano.
Y tenía frío…
Mis pies gritaban: -¡Estas medias no abrigan!
Y la medias respondían: -¡Mi lana de alpaca es de la mejor calidad!
Yo no dudaba de que ambos, pies y medias, tenían razón, sólo cambiaban
sus puntos de vista, pero todos coincidímos sólo en que el frío estaba descargando
sus latidos de hielo.
Mis manos no decían nada, hace poco sus guantes perdieron una puntada
y no querían herirlos más, pero el frío entraba entrededos y los dedos ya casi
no podían parar de moverse en un gesto que los grandes llaman tiritirititar.
El frío estaba por doquier, aún debajo de las cobijas, la solución era
el fuego, pero a él no me suelo acercar por las chispas que saltan sin avisar
adónde.
Pero el frío, de quien huíamos se sentía apartado de todo, decidió
buscar hogar y por largo tiempo vivía en mi apenado pulmón izquierdo, que
estaba afligido porque la tristeza vivía ahí desde hace algunos años, sus
frecuencias, las de ambos, frío y tristeza, iban tan bajitas que pudieron
convivir y flotar juntas y, por supuesto, tiritirititar.
Ahí se alojaba el frío porque al menos había calma, los pies siempre
con sus quejas eran la puerta por donde el frío entraba para escuchar la
acompazada música del corazón que vivía muy cerca.
-¿Por qué no amas?- preguntó el corazón a un ritmo suave -En el amor
vive el calor, se vive ahí abrigadito, como con un poncho de lana de borrego-
(La lana de alpaca protestó)
-Los abrazos me sobran, porque acá no los uso- le dijo el frío al
corazón.
-Abrazame a mí- dije yo… y empezamos a sentir un leve calorcito.
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