Junto al lago aprendí el idioma del árbol, cada
noche podía soñarlo porque quería contarme una historia. Supe después que era
una mujer y que sus frutos eran dulces claudias mucho antes de que olvidaran
darle agua y cariño.
Ahora se
siente sola y débil, por eso mi burro y yo la visitamos muy seguido para
contarle nuestras historias de viaje. Vive muy distante, pero vivir ya es
bastante, aunque fuera cerca o lejos.
Mi burro
camina muy despacio y quien lleva la carga soy yo, pero él me escucha y
escuchar ya es bastante, aunque entendiera poco o nada.
Junto a
Pepe, mi burro, escribimos en libros de la imaginación, los diarios del mundo
que recorremos.
A mis
preguntas y comentarios responde y opina así:
-Hannnnn
ih hann ih hannn… Brrrrffff.
Aprendimos
con el tiempo a llevar siempre poco y a necesitar cada vez menos. Mientras más
conozco, menos me falta.
Experimenté
cómo es guardar toda mi historia en dos maletas, a recomenzar dondequiera y
ahora sé también que empezar de cero, no significa de cero realmente.
Bajo la
montaña aprendí el idioma del viento, podía soñarlo y me decía que a veces es
mejor callar, un voto de silencio puede guardar energía cuando el sendero no es
fácil.
El
silencio o la verdad son las dos únicas posibilidades, ninguna otra podrá ser contemplada
para viajar en un camino con luz.
Dice el
viento, en tono bajito:
-Sssshhh…
Es mejor callar y sutilmente mirar…
El pintor
se alegra con el comentario, porque al caminar le ilusionan los colores.
Andariego con su pincel y su pluma, va contándole al papel la belleza de su
corazón noble, que puede hallar la belleza de lo simple. Él recorre los
paisajes y los pinta, yo recorro sus obras de arte y sueño despierta mientras
paseo en ellos.
Hace años
vivió mi burro en Malacatos, le gustaba la cachaza y la melaza del mismo
trapiche donde la señora Petito y el abuelito Segundo compraban la panela para
endulzar el café que ella cosechaba para tostar, moler y hervir.
Sabemos
todos, por el aroma que perdura, que a la sombra de frondosos cafetales él le
pidio que lo aceptara como esposo y ahí es donde se enamoraron hasta hoy y para
siempre.
Tomamos
café juntos, yo no puedo verlo, porque no todo puede ser visto con los ojos,
pero está ahí bebiendo de su taza un café bien caliente, como le preparaba ella
con sus manitos de papel de seda.
Mi burro
y yo, en los caminos del mundo, encontramos a quienes no creen en el amor para
siempre, por eso preferimos a veces saborear las conversaciones del árbol, las
conversaciones del viento, ellas, ambas majestuosas señoras, creen en todo
menos en los límites y saben que el mundo es uno sólo y que somos de todas
partes.
Cuando
visitamos a Sebastián, sabemos que hay lugares a los que siempre anhelamos
volver. Él nos enseñó que cada puente es una oportunidad para pedir un deseo,
nosotros no pedimos ni tanto mucho, ni tanto tanto, ni tampoco tan poco. Y
cuando le preguntamos qué hace el sol ahí tan alto, nos dice que es para que
cuando llueva los arcoiris puedan florecer. Así, aunque no estamos cerca de las
personas que tanto queremos, ver esos colores es como darse un abrazo casi en
persona.
Ser niño
es un misterio, cuánta sabiduría guardan en sus soles grandes de mirar.
Tenemos
pies (patas) y corazones que recorren el mundo, por dentro y por fuera, de ida
y de vuelta, con y sin un rumbo y sin límites de tiempo.
Ya nunca
suspendemos un viaje que nos dice el corazón, porque los destinos no deben
cambiarse arbitrariamente, aunque haya una parte que se deba dejar para poder
partir.
Dice el
árbol:
-Pierde
nomás tu brújula, el camino está ahí, cada quién tiene su pena, cada quien
tiene su alegría. Los viajantes, aunque salten el charco o se suban a un pájaro
grande, no cortan sus raíces: las expanden.
-¿Cuánto
falta? ¿Ya llegamos?- Preguntaba siempre, pero ahora sólo quiero descubrir el
enigma del camino: ¿por qué de ida es largo y de regreso es corto? Eso a Pepe,
mi burro, le tiene sin cuidado, no quiere dejar la aventura para que todo
vuelva a ser lo mismo, él va libre de apegos aunque no haya siempre la certeza
de volver.
-Hannnnn
ih hann ih hannn… Brrrrffff- se despide rumbo al país de los molinos de viento.
-Volverán
breve- nos dicen y nos abrazan hasta la próxima vez.
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