viernes, 29 de agosto de 2014

Marle





Foto Santiago de la Torre. Flores del mundo 2014

Hace años venía mi mami gritando y yo no podía entender, era su alegría al ver que de sus violetas habían brotado una pequeña raíz, o que finalmente habían florecido, se desbordaba su felicidad por toda la casa, por su oficina, por las carreteras que recorre para trabajar, se desbordaba por el país que ama, por las aulas donde comunica lo mejor que sabe, de desbordaba mi mami en su alegría... y yo no alcanzaba a entender.
Un día me enseñó a sembrar violetas y el grito se oyó, brotaron también las raíces, florecieron también... y el desbordamiento sigue.
De mi mami aprendí a sembrar violetas, y a amar a las personas de quienes tengo la suerte de aprender, la suerte del educador es aquella de sembrar cada día.
Mi mami es la violeta que floreció de su padre, y su padre y mi madre y mi padre y su madre son las violetas de mi mejor jardín.

Feliz cumpleaños Marle, gracias por florecer.

lunes, 25 de agosto de 2014

Cuerpo intangible




El cuerpo intangible, este que acaricio con susurros escritos, con palabras sin voz, con besos suaves construidos mediante letras.

Cuerpo impalpable bordeado de piel única.
Ojos de mirada imperceptible, boca imaginaria, voces silentes y etéreas, corazón inasible.

No existen manos suficientes para acariciar tanta distancia, para rozar esta separación mística, religiosa, contextual, invisible, este alejamiento de frontera que paulatinamente se desvanece en una sensación de línea rota, que se fragmenta más a cada instante para permitir con 5 horas de diferencia el acceso a lo que muchas veces ya no parece intocable.

Cuerpo inmaterial, sutil, subjetivo, íntimo, entrañable, vaporoso, ligero, delicado, impalpable, recóndito y profundo, cuerpo irreal y furtivo, cuerpo de palabras.

viernes, 15 de agosto de 2014

Recorriendo el mundo con la alegría de los niños

 
Junto al lago aprendí el idioma del árbol, cada noche podía soñarlo porque quería contarme una historia. Supe después que era una mujer y que sus frutos eran dulces claudias mucho antes de que olvidaran darle agua y cariño.

Ahora se siente sola y débil, por eso mi burro y yo la visitamos muy seguido para contarle nuestras historias de viaje. Vive muy distante, pero vivir ya es bastante, aunque fuera cerca o lejos.

Mi burro camina muy despacio y quien lleva la carga soy yo, pero él me escucha y escuchar ya es bastante, aunque entendiera poco o nada.

Junto a Pepe, mi burro, escribimos en libros de la imaginación, los diarios del mundo que recorremos.

A mis preguntas y comentarios responde y opina así:

-Hannnnn ih hann ih hannn… Brrrrffff.

Aprendimos con el tiempo a llevar siempre poco y a necesitar cada vez menos. Mientras más conozco, menos me falta.

Experimenté cómo es guardar toda mi historia en dos maletas, a recomenzar dondequiera y ahora sé también que empezar de cero, no significa de cero realmente.

Bajo la montaña aprendí el idioma del viento, podía soñarlo y me decía que a veces es mejor callar, un voto de silencio puede guardar energía cuando el sendero no es fácil.

El silencio o la verdad son las dos únicas posibilidades, ninguna otra podrá ser contemplada para viajar en un camino con luz.

Dice el viento, en tono bajito:
-Sssshhh… Es mejor callar y sutilmente mirar…

El pintor se alegra con el comentario, porque al caminar le ilusionan los colores. Andariego con su pincel y su pluma, va contándole al papel la belleza de su corazón noble, que puede hallar la belleza de lo simple. Él recorre los paisajes y los pinta, yo recorro sus obras de arte y sueño despierta mientras paseo en ellos.

Hace años vivió mi burro en Malacatos, le gustaba la cachaza y la melaza del mismo trapiche donde la señora Petito y el abuelito Segundo compraban la panela para endulzar el café que ella cosechaba para tostar, moler y hervir.

Sabemos todos, por el aroma que perdura, que a la sombra de frondosos cafetales él le pidio que lo aceptara como esposo y ahí es donde se enamoraron hasta hoy y para siempre.

Tomamos café juntos, yo no puedo verlo, porque no todo puede ser visto con los ojos, pero está ahí bebiendo de su taza un café bien caliente, como le preparaba ella con sus manitos de papel de seda.

Mi burro y yo, en los caminos del mundo, encontramos a quienes no creen en el amor para siempre, por eso preferimos a veces saborear las conversaciones del árbol, las conversaciones del viento, ellas, ambas majestuosas señoras, creen en todo menos en los límites y saben que el mundo es uno sólo y que somos de todas partes.

Cuando visitamos a Sebastián, sabemos que hay lugares a los que siempre anhelamos volver. Él nos enseñó que cada puente es una oportunidad para pedir un deseo, nosotros no pedimos ni tanto mucho, ni tanto tanto, ni tampoco tan poco. Y cuando le preguntamos qué hace el sol ahí tan alto, nos dice que es para que cuando llueva los arcoiris puedan florecer. Así, aunque no estamos cerca de las personas que tanto queremos, ver esos colores es como darse un abrazo casi en persona.

Ser niño es un misterio, cuánta sabiduría guardan en sus soles grandes de mirar.

Tenemos pies (patas) y corazones que recorren el mundo, por dentro y por fuera, de ida y de vuelta, con y sin un rumbo y sin límites de tiempo.

Ya nunca suspendemos un viaje que nos dice el corazón, porque los destinos no deben cambiarse arbitrariamente, aunque haya una parte que se deba dejar para poder partir.

Dice el árbol:
-Pierde nomás tu brújula, el camino está ahí, cada quién tiene su pena, cada quien tiene su alegría. Los viajantes, aunque salten el charco o se suban a un pájaro grande, no cortan sus raíces: las expanden.

-¿Cuánto falta? ¿Ya llegamos?- Preguntaba siempre, pero ahora sólo quiero descubrir el enigma del camino: ¿por qué de ida es largo y de regreso es corto? Eso a Pepe, mi burro, le tiene sin cuidado, no quiere dejar la aventura para que todo vuelva a ser lo mismo, él va libre de apegos aunque no haya siempre la certeza de volver.

-Hannnnn ih hann ih hannn… Brrrrffff- se despide rumbo al país de los molinos de viento.

-Volverán breve- nos dicen y nos abrazan hasta la próxima vez.



Escrito por: Vanessa Padilla
Ilustración: Sebastián Vallejo P. 12 años




martes, 12 de agosto de 2014

La Cantariega



a Claudia Noboa
que está donde es blanca la flor

Ahí.  
En el punto exacto en el que soñar dormida o despierta
se funden en una misma realidad,
sin tiempo, sin cuerpo, sin geografía…
ahí está mi Aleph: mi templo, mi rincón de poesía,
mis notas escritas sobre las teclas del piano,
mis trazos en papel, mis pinceles en azul,
mis libros comprados con los últimos centavos,
mi corazón precipitado, mi menor tono en la
y las escalas de gris de mi grafito.
Mientras me convertía en eco del jazz con que las aves me anunciaban
que el segundo invierno había terminado
sin que hubiera hecho falta llorar de frío otra vez,
mi laberinto se hizo sendero.
Recorrí un pasaje trazado con letras chiquitas
que me condujo al vuelo de la Pájarapinta.
Con sus plumas de ángel y corazón de sinsonte,
dictaba los versos a mis canciones del alma,
que era la suya propia, que le dictaba mi alma,
un alma única e indivisible que se funde en el espíritu de un mismo mundo.
(Si el alma tiene fronteras como la geografía,
que el mapa se dibuje con tinta de sol
y que a esas mismas líneas las borre el viento
para que los rayos sigan danzando, abrigando y rayando líneas
que se pueda borrar con un cálido soplo o un cafetal aliento…)
Sembré mi bandera en la corriente del río declarando
“Al centro de la Tierra van mis raíces y hasta el sol llega mi corazón”.  
Mi equipaje fue pesado cuando llevaba a todas partes mi historia,
en dos maletas mi vida y en un pasaporte mi identidad.
Hoy, que sólo soy yo misma y mi equipaje de sueños,
no hay motivo, ni fecha, más pertinente que el ahora
y sé que ningún fuego puede extinguir la voz
cuyo canto en azul, tiene forma de libertad.
Cada pétalo es una contribución para aromar el universo,
que es la verdadera patria.
Florecer… florecer es un canto
y cantar, es un acto de amor.
Mi única bandera es aquella,
que sin franjas ni escudos,
vibra el aroma de las flores del mundo.

Despedida

El cielo de la añoranza me cubre, una dicotomía entre calidez en la piel y un frío que penetra hasta los huesos, se va pintando un lila suav...