sábado, 17 de enero de 2015

Historia de sábanas. Cama para uno


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Empecé a sentir que llegaba la Seisdelamañana con cada uno de sus pies envuelto en unas medias de lana que hace tres meses había acabado de armar con los restos que habían quedado de las partes pequeñas que no se sujetaron del todo a la sábana de retazos. Estuve acostada sobre mi cuerpo con los ojos cerrados acabando de soñar con todo lo que después de un segundo no puedo acordarme para anotar en el cuaderno de apuntes que no tiene ni una sola palabra escrita, sólo que esta vez el sueño era casi-claro. En él estaba como siempre: sin poder afinar las cuerdas porque la falta de oído era excusa para acercarme a pedir ayuda, pero yo no sé tocar (mucho menos sonidos graves), y como se dio cuenta, desde el primer momento supe que el plan no funcionaría. Me desperté sin abrir los ojos para parecer dormida cuando se abriera el obstáculo de madera que olvidé cerrar antes de acostarme. Desde hace doscientos sesenta y dos meses mi puerta  había aprendido a tragarse a casi todas las llaves que intentaban abrirla, pero a pesar de haberse quedado abierta toda la noche, nadie trató de entrar esta vez.

Mi cuerpo empezó a desgastarse por el peso, así que tuve que levantarme para salir a robarle a  Seisdelamañana dos de sus medias para no pisar la humedad que se había regado mientras dormía cuando la puerta permanecía abierta. Por fin pude llegar hasta el café que se mezclaba sin un orden, lo bebí a tragos cortos para que parezca que la taza contiene más de lo que puede, pero era sólo una ilusión que uso cuando quiero más de lo que puedo darme. Mi lengua se quemó tanto en el primer trago, que durante un buen rato no pude articular ningún sonido aparte de los gemidos que apenas atravesaban el umbral absoluto de intensidad. Resulta ser agradable que un timbre de voz que bordea los mil ciento cincuenta ciclos por segundo de repente se calle, (en realidad nunca fue posible reconocer mis signos sonoros porque jamás significaron nada). Las medias estaban tan humedecidas que resbalé varias veces. En una de esas caídas en que me di la boca contra el piso pude reconocer el charco en el que dejé de sentir placer al revolcarme cuando al intentar esconder mis secretos bajo la tierra me di cuenta de que no me quedaba ninguno. No sé si ese roce de lodo era una caricia pero creo que de alguna forma despertaba un exceso desordenado de no tener ideas, y no pude recordar cuándo fue la última vez que una caricia se había ahogado en mi ombligo. Decidí levantarme para tejer unas medias-secas y una cobija con las agujetas de las llaves que se tragó la puerta.

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