viernes, 23 de enero de 2015

Historia de trapos


 
Nada está listo para empezar. La vela no servirá hasta encontrar unos fósforos que dejen de estar mojados. En vez de encenderse se derriten y es extraño porque lo han hecho sin entender al calor que no les ha ocurrido. Yo soplaba para ayudarlos pero los mojaba más porque perdí el control que deja la saliva dentro de la boca. Debí rehabilitar al control con ejercicios constantes de bocabierta repitiendo una y otra vez hasta que decidí con la garganta seca que era muy cansado intentar deshumedecer algo cuando sólo puedo concentrarme en los nuevos fósforos que podría comprar para evitar el desgaste.

La vela por fin se consumía goteando a un ritmo diferente al agua que se aceleraba de acuerdo a los giros que haya dado la llave, y de alguna manera la candela no se movía al ritmo de la cera que goteaba espesa; mientras tanto busqué en la caja de hilos la aguja perfecta (pero todas eran para coser), debía hallarla antes de que se descosiera la boca y empezara a hablar con esa voz estridente y desarticulada que quién sabe qué podría decir.

Sostuve con algodón la aguja que se enrojeció con el calor ¿cómo podría explicar que era preciso pincharme los pies sin que suene muy agudo? quien me escuche debería usar los filtros de agravar que desesperadamente construyó alguien que quería quererme pero mejor se dedicó a esquivar estados de exaltación.

Mis pies estaban dispuestos, eran sus dedos los que desordenados se cambiaron de lugar. El anulador estaba en medio, el medio en el final, el indicador dio un salto izquierdo, los demás extraviados no supieron volver al sitio y en medio del caos gotearon aún más espesos que la cera. Qué confuso se siente tener la cabeza menguando con la llave abierta.
Quise reconocer la sombra que me perseguía tarareando, pero ni mis piernas pude sentir, tenía que tocarme para saber si era yo quien estaba acá o me había ido tras lo que me falta cuando le sobro.

Volví a lo mismo: llave abierta, vela apagada, dedos mezclados, aguja perdida, fósforos derretidos, suelas desgastadas, pupilas dilatadas, cuerdas extraviadas y cabellos caídos.  Corrí para alejarme (de mí) y caminé en reversa para que mis dedos volvieran al sitio de las huellas que gotearon de mis pies mientras se desvanecía la vela.

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