Mi naturaleza
aborrece el vacío y se desmaterializa de a poco. Se ausenta, pero deja presente
la falta que hace. Se vuelve intangible y se me esconde entre las piernas, se
queda ahí mientras la temperatura no llega a ningún extremo, se fragmenta y
hace silencios bruscos, sobretodo cuando es necesario escuchar aunque sea el
recuerdo de una canción.
Me volví
inhabitable hasta para mis pensamientos, me volví hermética... impenetrable, y
aunque parezca redundante, lo único que busco es vaciarme de mis vacíos,
llenarme de todo lo que pueda robar, robar para subsistir, para sentir, para
vivir, para comer, para abrir los ojos y ver, para estirar la mano y acariciar,
para que cuando existan sonidos se los pueda oír, para que se pueda escuchar
también un silencio de figuras redondas y alargadas que sobrepasen los cuatro
tiempos, robar porque todo ya es de otros, porque ya todo es ajeno, (sobretodo
lo que yo quiero), robar porque no tengo ganas de los restos que son lo único
que me saben dar. Porque no quiero las sobras, porque me es difícil construir
algo con eso; y mientras continúo mi camino buscando huellas que constaten
alguna presencia o reafirmen ciertas ausencias, me siento más cerca del punto
del que partí, tal vez porque no he podido llegar a ninguna otra parte que no
sea el mismo terreno angosto al que debo acostumbrarme por coincidir que es
aquel de donde salgo y hacia donde voy.
Encuentro todo tan
impersonal, tan absurdamente impersonal, tan deliciosamente, exquisitamente,
cruelmente, desquiciadamente, tan absolutamente y tan locamente impersonal, que
cuando el reloj vuelve a hablarme del eje en el que se mantiene constante
porque no puede huir de él, me acuerdo de mí y del lugar al que me dirijo, que
es el mismo en el que siempre estoy, no porque ya haya llegado sino porque tal
vez nunca he podido partir.
Mi cuerpo busca
saturarse una vez más, y cuando cierro los ojos por las noches, puedo jugar con
las manchas verdes, rojas y azules que se mueven en el escenario de la parte
interna de mis párpados; cuando desaparecen y reaparecen, intentan distraerme,
pero de todas formas termino dándome cuenta de que la única compañía con la que
cuento es la de 2 sábanas, 3 cobijas y un colchón. A la sábana de arriba la
hice yo misma, mientras reunía los retazos que me han dejado; tuve que
clasificarlos por color, intensidad, correspondencia y duración, para que los
besos no vayan mezclados con las caricias y las miradas no se pierdan entre la
vibración grave de las cuerdas de una voz; después de un largo proceso de selección
fui uniendo los fragmentos y ahora, aunque quedaron espacios sin llenar, estoy
envuelta entre mi sábana de retazos; a veces sin que yo lo quiera me quedo
inmóvil y enredada entre los hilos que unen los “besos en el cuello” con los
“ojos abiertos al besar”, y en el intento de liberarme suelo quedar atada a las
“caricias por compasión”, porque de mí le gusta sólo lo que escribo, pero los
hilos que sí lastiman son los de amarrar una mentira tras otra, sobre todo
cuando las creo sabiendo que son la parte que confunde mi necesidad, no de
saber que estoy llena, sino de que no estoy vacía. A veces la única forma de
zafarme es tratando de salir por las partes que no tuvieron ningún afecto que
las llene, pero cuando la piel se vuelve pegajosa, por equivocación se me
adhieren las partes pequeñas que no se sujetaron del todo, es que algunos
fragmentos son tan insignificantes y diminutos que no sé qué hacen unidos al
resto, tal vez no tengo dónde más ponerlos, y realmente adjuntarlos no es tarea
fácil, la aguja no los puede traspasar porque cuando lo hace el pedacito se
desintegra en miles de hilos inservibles que ni me cobijan, ni me atan a nada,
pero aunque parezca que pierdo el tiempo con estos trozos, creo que deben ser
parte de algo que me mueve hacia una rueda de diámetro indefinido que no para
de dar vueltas, en la que veo una y otra vez cómo en la cacería de afectos los cariños
se desvanecen más rápido cuando más deseos tienes de atraparlos; cuando son muy
pequeños huyen más fácilmente, pero cuando son grandes y se van... o nunca han
llegado, dejan un espacio de ausencia que está aún más presente porque en las
noches el frío puede entrar por ahí y es muy difícil hallar uno de las mismas
proporciones para no extrañar lo que se añora, sobre todo cuando me pincho y
sangro por no saber muy bien cómo se cose los retazos que no se tiene... que no
se tiene porque alguien más los ha cosido en su sábana antes de que yo
aprendiera a enhebrar, pero el retazo que quiero se desprenderá y caerá solo,
para que ya no entre el frío de las noches por el hueco de ausencia por donde
logro salir cuando ya casi amanece y sigo en el mismo punto, sólo que mi cuerpo
tiene una coloración distinta, ahora se pierde en el lugar porque ha tomado el
color del fondo, antes me perdí en un charco, después en mi sábana, y ahora me
pierdo en la pared.
En algún punto hay
un juego de luces que hace notar que un cuerpo está presente, sin embargo las
mismas luces me anulan en los ojos de los otros porque sigo oliendo a niña a
pesar de todo el café con el que me he intentado saturar para que mi cuerpo
expida el olor amargo del café sin azúcar, pero ahora veo que son las mismas
luces que estaban en mis párpados, pensé que se habían quedado ahí como parte
de mis noches, pero ellas también están afuera afirmándome y negándome mientras
camino sobre esta máquina que cruje y no me deja despegar del sitio donde di el
primer paso, tal vez si continuo caminando hacia ninguna parte mi cuerpo sude
hasta lavar el color que me cubre, así mi presencia estará presente por sí
misma y dejará de ausentarse en cada parpadeo.
El color que me
vuelve indiferente al espacio me lo pudo pintar la necesidad que tengo de
sentirme parte de algo, quisiera ser tan sólo un pedacito de alguna cosa, pero
como no pertenezco a nada, soy
constantemente el desquiciado, loco e impersonal intento de pertenencia
que no se adhiere a ninguna piel. El sudor en el que ahora escribo ha salido de
las no-miradas y las no-presencias, de las no-existencia de las cosas, de mi
pasividad adherida a los gestos, de los espacios de ansiedad que ocupa la
lengua sin saborear los minutos que desaparecen. Sudo porque tengo que jugar
con las palabras, porque me obligan a no-querer. Quiero=Cariño y Quiero=Ganas,
por eso ahora necesito urgentemente aprender a robar, a eliminar, porque todo
es otra vez tan impersonal que no logro apropiarme de nada, no logro ser yo
para mí misma, soy otra yo y ni siquiera sé para quién.
Tengo que odiar
aunque esta vez se me hace más fácil querer, pero sólo son palabras, por eso
ahora Odio=Cariño y Odio=miles de ganas, para que a nadie le moleste el hecho
de que me encante oír su voz.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias