jueves, 26 de febrero de 2015

La Cantariega



a Claudia Noboa
que está donde es blanca la flor

Ahí.  
En el punto exacto en el que soñar dormida o despierta
se funden en una misma realidad,
sin tiempo, sin cuerpo, sin geografía…
ahí está mi Aleph: mi templo, mi rincón de poesía,
mis notas escritas sobre las teclas del piano,
mis trazos en papel, mis pinceles en azul,
mis libros comprados con los últimos centavos,
mi corazón precipitado, mi menor tono en la
y las escalas de gris de mi grafito.

Mientras me convertía en eco del jazz con que las aves me anunciaban
que el segundo invierno había terminado
sin que hubiera hecho falta llorar de frío otra vez,
mi laberinto se hizo sendero.

Recorrí un pasaje trazado con letras chiquitas
que me condujo al vuelo de la Pájarapinta.
Con sus plumas de ángel y corazón de ruiseñor,
dictaba los versos a mis canciones del alma,
que era la suya propia, que le dictaba mi alma,
un alma única e indivisible que se funde en el espíritu de un mismo mundo.





(Si el alma tiene fronteras como la geografía,
que el mapa se dibuje con tinta de sol
y que a esas mismas líneas las borre el viento
para que los rayos sigan danzando, abrigando y rayando líneas
que se pueda borrar con un cálido soplo o un cafetal aliento…)

Sembré mi bandera en la corriente del río declarando
“Al centro de la Tierra van mis raíces y hasta el sol llega mi corazón”.  
Mi equipaje fue pesado cuando llevaba a todas partes mi historia,
en dos maletas mi vida y en un pasaporte mi identidad.

Hoy, que sólo soy yo misma y mi equipaje de sueños,
no hay motivo, ni fecha, más pertinente que el ahora
y sé que ningún fuego puede extinguir la voz
cuyo canto en azul, tiene forma de libertad.
Cada pétalo es una contribución para aromar el universo, que es la verdadera patria.

Florecer… florecer es un canto
y cantar, es un acto de amor.
Mi única bandera es aquella,
que sin franjas ni escudos,
vibra el aroma de las flores del mundo.


Vanessa Padilla

martes, 17 de febrero de 2015

La Cantariega[1]



 Merci à Marie-Laure Bigand et Corinne Caignard

Là. Au point exact où rêver endormi et éveillé
se fond en une seule réalité,
sans temps, sans corps, sans géographie…
Voilà mon Aleph : mon temple, mon coin poétique,
mes notes écrites sur les touches du piano,
mes dessins sur le papier, mes pinceaux en bleu,
mes livres achetés avec les derniers centimes,
mon cœur précipité, mon ton en LA mineur
et les échelles de gris de mon graphite.

Tandis que je suis devenue l’écho du jazz
avec lequel les oiseaux m’ont annoncé que le deuxième hiver était fini
et que nous n’aurions plus à pleurer à cause du froid,
mon labyrinthe est devenu mon chemin.

J’ai parcouru un passage dessiné avec des petits caractères
qui m’a conduit au vol de la Pájarapinta[2].
Avec ses plumes d’ange et son cœur de rossignol,
elle a dicté les vers aux chansons de mon âme,
qui a été sa propre âme, qui a dicté mon âme,
en une âme unique jusqu’à fusionner dans l’esprit d’un seul monde.

(Si l’âme a des frontières comme la géographie,
que le soleil dessine la carte, et que le vent efface les lignes
pour que les rayons continuent à danser, à donner la chaleur et à tracer les lignes
qu’on peut effacer avec un souffle chaud ou avec un arôme de café).

J’ai planté mon drapeau dans le courant de la rivière en déclarant :
« Au centre de la Terre vont mes racines et au soleil va mon cœur ».
Mes bagages ont été lourds car j’ai pris mon histoire partout,
Ma vie tient dans deux valises et mon identité dans un passeport.

Aujourd’hui que je suis simplement moi-même
et que mes bagages ne sont que rêves,
rien n’est plus important que « maintenant »
et je sais qu’aucun feu ne peut éteindre la voix
dont le chant bleu proclame la liberté.

Chaque pétale est un don
pour l’essence de  l'univers,
qui est la véritable patrie.
Fleurir… fleurir est un chant
Et chanter, c’est un acte d’amour.
Mon seul drapeau est celui
qui ne porte ni bandes ni boucliers
mais qui vibre grâce à l’arôme des fleurs du monde.

Vanessa Padilla


[1] Chanteuse et globe-trotter
[2] Caractère dans une chanson populaire pour les enfants

Incertidumbres de cuatro tiempos


¿Qué baile insociable es este en el que mis pies a destiempo pautan el ritmo en el que usted respira? aunque no sé bien si lo hace y mucho menos sé si hay un compás para inhalar ese olor blando que desprende su pecho cargado de pasiones ajenas. Tal vez respira, pero menos agitado que esta convulsión en la que no exhalo más que incertidumbres desmesuradas que por suerte caen a los ritmos propios de su yo que es distinto al mío, entonces no se dará ni cuenta del temblor más que por el tronar de mis rodillas, aunque el ruido asfixiante del tabaco opaca mis desaciertos. ¿Qué musicalidad puede haber en un escenario cortado con la navaja torpe de la música transgredida? Y yo pegada desde mi ombligo hasta el suyo voy volando en giros constantes de cuatro tiempos, manteniendo los ojos cerrados para seguir los pasos que usted da. Me voy para que llegue. Despego mundanamente con palabras cortadas: Lo que pa… ¡Sí, ya sé!… Pero es que si usted quie… ¡Que no gracias! De repente en un punto alto está el brazo derecho suyo bordeando mi sensación de que no hay escape, como si fuera a llegar muy lejos con estas piernas que sólo piensan en quedarse cerca… y luego al parpadear (por supuesto sin perder el ritmo) con la cabeza brevemente inclinada a unos 30 grados hacia atrás, levitamos, lo aseguro,  sin ser etéreos, en este son incierto que da a su mano izquierda la fuerza para apretar un poco la diestra mía contra su torso de afectos otros, como si no bastara con que mi oreja derecha no pudiera evitar estremecerse con sus labios que la tocan y no a la vez (mi cuello entero puede atestiguar lo que escribo) ¿A dónde se fue el tiempo desapacible que no se deja sentir? De vez en cuando abro los ojos y gira todo el mundo alrededor nuestro, como ejes de una noche que no tiene más espacio que el vuelo inhóspito que termina en pleno ascenso: se baila mejor sin un piso fijo.           






sábado, 14 de febrero de 2015

Carta a mi abuelita


Señora Petito:

Una llamada me atrapó en el tren con la noticia de tu partida. Aquí tan lejos, tan frío, tan triste. Un mes más tarde... puedo decir que el café mantiene su aroma.

-¿Cuál es el objetivo de cada día?
Le pregunto a la Rutina, y responde el Presente:
-Ser feliz.

Se van abriendo los espacios donde estabas, y no te vemos más con los ojos de la conciencia, pero hay ojos en el corazón que miran más allá, miran hasta allá donde permaneces, tejiendo con tu croché los colores para abrigarnos el alma.

Eres una estrella en la constelación de nuestra esperanza, ya nos sentimos bendecidos y protegidos por esa luz que irradias aún cuando la noche es oscura... y cuando el día es claro, vienes vestida de sol.

El café no ha cambiado su aroma, lo bebemos sintiendo girar tu molino, con la casa enteramente envuelta por ese olor que desde la paila desprende el café tostado, tostado por ti, con tu cuchara de palo y en tu cocina de leña. La casita se cae... se cae, pero tu esencia sigue en pie... ¡Sigue en pie!

Con tus manos de papel, envolvías los poemas que eran la llama encendida de tu "ser feliz" y me sigue sonando, al menos el sólo verso que mi memoria de tiza blanca alcanzó a dibujar. (La paloma blanca voló contigo).

"A la sombra de frondosos cafetales" encontraste el amor, y el café no ha cambiado su aroma, porque siguen oliendo a amor: tu recuerdo, tu bondad, tu presencia.

¿Quién puede decir que te has ido?

Despedida

El cielo de la añoranza me cubre, una dicotomía entre calidez en la piel y un frío que penetra hasta los huesos, se va pintando un lila suav...