¿Qué baile
insociable es este en el que mis pies a destiempo pautan el ritmo en el que
usted respira? aunque no sé bien si lo hace y mucho menos sé si hay un compás
para inhalar ese olor blando que desprende su pecho cargado de pasiones ajenas.
Tal vez respira, pero menos agitado que esta convulsión en la que no exhalo más
que incertidumbres desmesuradas que por suerte caen a los ritmos propios de su yo
que es distinto al mío, entonces no se dará ni cuenta del temblor más que por
el tronar de mis rodillas, aunque el ruido asfixiante del tabaco opaca mis
desaciertos. ¿Qué musicalidad puede haber en un escenario cortado con la navaja
torpe de la música transgredida? Y yo pegada desde mi ombligo hasta el suyo voy
volando en giros constantes de cuatro tiempos, manteniendo los ojos cerrados
para seguir los pasos que usted da. Me voy para que llegue. Despego
mundanamente con palabras cortadas: Lo que pa… ¡Sí, ya sé!… Pero es que si
usted quie… ¡Que no gracias! De repente en un punto alto está el brazo derecho
suyo bordeando mi sensación de que no hay escape, como si fuera a llegar muy
lejos con estas piernas que sólo piensan en quedarse cerca… y luego al
parpadear (por supuesto sin perder el ritmo) con la cabeza brevemente inclinada
a unos 30 grados hacia atrás, levitamos, lo aseguro, sin ser etéreos, en este son incierto que da
a su mano izquierda la fuerza para apretar un poco la diestra mía contra su
torso de afectos otros, como si no bastara con que mi oreja derecha no pudiera
evitar estremecerse con sus labios que la tocan y no a la vez (mi cuello entero
puede atestiguar lo que escribo) ¿A dónde se fue el tiempo desapacible que no
se deja sentir? De vez en cuando abro los ojos y gira todo el mundo alrededor
nuestro, como ejes de una noche que no tiene más espacio que el vuelo inhóspito
que termina en pleno ascenso: se baila mejor sin un piso fijo.
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