Por Vanessa Padilla
La lectura del azar dibujado en unas cartas, pretendía conducir no solamente el rumbo de quien creía en sus presagios, sino también el de la tinta con que éste anotaba palabras sin sentido, mezclando verbos con adjetivos, omitiendo tildes y con ciertos desastres de puntuación. La tinta, azul, claro, se rehusaba a ser conducida por una adivinación insensata que sólo la llevaría a ser una mancha más sobre un soporte blanco, a olvidar a la pluma que la transformaba y al papel que la absorbía. Mientras otros se conforman con los consejos de quien nada sabe de ellos, tinta quería diseñar su propio camino, pero el azar insistía en predecir, tinta no quería. Pensó que su angustia no la salvaría de los atropellos del presagio así que se dejó llevar y le hizo creer al augurio que por sus propios medios había logrado descubrir lo que el futuro, ese inasible, le deparaba, con curiosidad exigía el agüero saber lo que iba a pasar y tinta le dijo: me convertiré en el punto final de esta historia.
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