domingo, 21 de marzo de 2021

Escritura creativa

 UN FERVIENTE DESEO
Por Isabel Guaricela
Frustrada y casi vencida, Fátima estaba cansada de esperar que cambiara la situación en que vivía su familia. Su marido había perdido el trabajo hace dos años y con mucha dificultad conseguía llevar algún alimento para su pequeña hija de cuatro años, que ya presentaba signos de desnutrición; ellos, se contentaban con saborear uno que otro mendrugo que le sobraba a la niña. Así fue que Fátima decidió empeñar su única prenda de valor que llevaba consigo, su anillo de bodas. Consiguió dinero suficiente para adquirir frutas frescas con el fin de venderlas en su vecindario. Inició su pequeño negocio con mucho entusiasmo; mas, pronto se dio cuenta de que las frutas se le dañaban y los vecinos no compraban; tampoco ellos tenían dinero para solventar sus necesidades, uno que otro se atrevió a proponerle un trueque de uvas por objetos, que en realidad ella no los necesitaba. Entonces en Fátima fue creciendo el deseo de salir de Vlore, el pueblo que la vio nacer, y el que, aunque ella se negaba a reconocer, estaba casi deshabitado porque sus ocupantes habían preferido dejarlo, en lugar de seguir escuchando las promesas de las lejanas autoridades que repetían día tras día, mes tras mes, año tras año:” la crisis pasará y pronto tendremos una vida mejor”. Para Fátima, la palabra crisis era sinónimo de hambre y estaba harta de sentirla en carne propia.
La idea de dejar el pueblo se convirtió en una obsesión, y Fátima, con sutileza y con argumentos por demás objetivos, convenció a su marido.  En medio de sus cavilaciones, la mujer recordó que su madre cada mes alzaba su mirada al cielo para pedirle a la luna nueva lo que más anhelaba en su vida, y, aunque estaba segura de que su madre no consiguió realizar sus deseos, ella también le pidió con vehemencia a la luna tierna que le permitiera dejar Vlore con su familia en la próxima embarcación; saldría del lugar con dirección a un país vecino donde, por lo menos, podrían tener una comida al día, eran los rumores de sus coterráneos que habían logrado llegar a ese lugar. 
Llegado el día de la partida, recordó haber escuchado a alguien que se le cumpliría el deseo si se paraba en la puerta de su casa y soplaba canela en polvo en la dirección que quería emprender; así lo hizo, luego, junto a su marido y su pequeña hija salieron de la casa con un atado de ropa en sus espaldas, eran los bienes que podían llevar consigo. Se dirigieron a la embarcación que los esperaba acoderada en la playa y que significaba un cambio en su vida. Cuando se acercaron, vieron una nave elemental con capacidad para cincuenta personas, se leía claramente en un escrito garabateado en la popa; mas, cuando ingresaron y trataron de acomodarse en su interior se dieron cuenta de que el lugar estaba atestado de gente. De pronto, una voz ronca salió con dificultad de un altavoz y entrecortadamente les pidió enumerarse, el último número que se escuchó fue OCHENTA Y SEIS. A nadie le importó el sobrepeso y zarpó en medio de la bruma de una mañana sombría y helada. Eran 72 kilómetros que debían atravesar para llegar a puerto seguro, si así se podría calificar a la incertidumbre que los esperaba. Pero esta vez no tuvieron suerte, el mal tiempo, el exceso de pasajeros y las arriesgadas maniobras que debía hacer el inexperto capitán para evadir los controles marítimos a los que estaba sometida esta transitada ruta, hizo que la embarcación zozobrara casi al llegar a su destino. Entre gritos, brazos al aire, bultos encima, arena por todos lados, algunas personas fueron a dar a la orilla. La pequeña niña, hija de Fátima, golpeada y fregándose los ojos, como que despertara de una pesadilla, rápidamente se puso de pie y buscó a sus padres entre las personas que estaban a su alrededor, como no los encontró volvió sus ojitos al agua y lo que vieron fue solamente una gran cantidad de bultos que flotaban y lentamente se iban dispersando. Por un momento se quedó quieta, como dándose tiempo para comprender lo que había sucedido, entonces se alejó un poco del grupo y dibujó con sus deditos la figura de su madre en la arena y se acunó en su pecho. Cuando se acercaba la noche, alzó su mirada al cielo, le pareció ver a su mamá en una estrella fugaz que brillaba intensamente, sentía su calor cada vez que titilaba y, al mismo tiempo, escuchó estas palabras: “hija, no pude cumplir mi propósito, sigue el camino junto a estas personas, quizá con ellas encuentres la vida que mereces”. La niña cerró sus ojitos, sonrió y perdió su aliento, se quedó para siempre en el regazo de su madre. 
 

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