* Buscando polillas *
Por Andrea Enríquez
Cuando Victoria llegó al pueblo, lo primero que hizo fue entrar a la iglesia de la plaza central. Miró la compleja y antigua estructura de madera con la que estaba construida, miró los santos en los retablos laterales, estaban cubiertos por telas moradas, seguramente era Semana Santa. Salió sin pedir deseo alguno. Se dirigió al centro de la plaza, miró por un largo rato la fuente que allí se encontraba. En el fondo de ésta había muchas monedas, brillaban como evidencia de un sinfín de deseos anhelados, tal vez ahogados. Miro el reloj, eran exactamente las 11:11, Eniq tenía ya 11 minutos de retraso. Victoria decidió no esperar más, levantó su mochila del piso, donde la había descargado para descansar un momento en tanto llegaba Eniq. Pero él siempre la dejaba esperando. Talvez el deseo no era de dos, solo de uno.
Después de una hora y once minutos de caminata, llegó a la parte del bosque en donde el camino se volvía complicado. Respiró profundamente, cerró sus ojos por un momento. Antes de dar el primer paso, arrancó de un lado del sendero una flor de león, estaba seca. Inhaló una vez más y pensó vehementemente mientras la soplaba: - Por favor, que mi deseo se cumpla -. El viento que llevó las semillas de la flor hacia el sendero del lado izquierdo fue la señal para Victoria, quien no dudó en tomar ese camino.
Después de tres horas y treinta y tres minutos, la tarde empezaba a teñir de colores rojizos todo el bosque. Victoria algo nerviosa, pero segura de sus pasos guiados por el viento y las semillas del diente de león, descubrió que estaba llegando a su destino. Esa noche era noche de luna nueva, era noche de profunda oscuridad en el bosque, pero ella estaba ahí, con todos sus miedos en la mochila, enredados con la ilusión y el anhelo del deseo que guardaba en su corazón.
La luna que apenas empezaba un nuevo ciclo, vino entre risas y algo de lástima a contarme que una niña con expresión de derrota y victoria al mismo tiempo, se había adentrado en el bosque guiada por las semillas de una flor de diente de león. La luna me dijo también que la niña la había invocado, y eso sí que me conmovió. Cómo se le ocurre pedirle luz a la luna en el día de su mayor oscuridad… Decidí pasar por ahí, quería ver a la niña y entender qué era lo que estaba buscando del bosque, de la noche, de la cueva y de la luna. Me acerqué desde el Oeste, pasé sobre ella y me fui rápidamente por el Este. Sé que ella me miró, levantó sus brazos y extendió una sábana blanca entre las ramas de un árbol. Mientras me ocultaba alcancé a mirar con un último vistazo que la sábana se estaba llenando de criaturas, volaban directamente hacia la tela… Yo no llegué a comprender qué hacía la niña, pero siento que me agradeció.
Cuando mi sábana blanca se llenó de estas majestuosas polillas, le agradecí a la luna nueva por concederme el deseo de ver a esta hermosa estrella fugaz… siento que el universo entero confabuló para que todo se dé de esta manera.
Cuando Victoria llegó al pueblo, lo primero que hizo fue entrar a la iglesia de la plaza central. Miró la compleja y antigua estructura de madera con la que estaba construida, miró los santos en los retablos laterales, estaban cubiertos por telas moradas, seguramente era Semana Santa. Salió sin pedir deseo alguno. Se dirigió al centro de la plaza, miró por un largo rato la fuente que allí se encontraba. En el fondo de ésta había muchas monedas, brillaban como evidencia de un sinfín de deseos anhelados, tal vez ahogados. Miro el reloj, eran exactamente las 11:11, Eniq tenía ya 11 minutos de retraso. Victoria decidió no esperar más, levantó su mochila del piso, donde la había descargado para descansar un momento en tanto llegaba Eniq. Pero él siempre la dejaba esperando. Talvez el deseo no era de dos, solo de uno.
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