Niebla, lluvia, frío. Los termómetros señalaban las condiciones ideales para una helada en el campo abierto del pueblo. Miro el reloj de muñeca, ya algo empañado por el calor del abrigo que traía. Las manecillas marcan las 3 de la mañana. Recuerdo que esa es la hora en la que dicen que se abren las puertas de lo desconocido.
Era la primera vez que llegaba a esta casa y a esa hora, pues no hace mucho me había mudado a ella. Aún no podía dormir bien ahí. Las últimas noches me despertaba casi siempre a esta misma hora y me era difícil conciliar de nuevo el sueño.
Me acerco a la puerta principal mientras busco la llave en el abrigo, en la cartera. La encuentro, pero se me cae haciendo un tremendo ruido que inquietó a toda la noche. La tomo y abro la puerta.
Me alegro estar en casa. Dejo el abrigo y me abrigo las manos en el caldero del pasillo que había dejado encendido hace horas. Escucho algo en la cocina, parece un ruido de maderas viejas. Prendo la luz principal.
Escucho un segundo ruido. Me confirmo que son de maderas viejas, pero vienen de la habitación pequeña, cuya puerta hasta ahora solo una vez abrí para guardar recuerdos en cajas que, seguramente llenos de polvo estarán ya, adornitos de casa que detesto, pero que me entristece tirar, y un sillón viejo, regalo de mis abuelos.
Vuelvo a escuchar ruidos. ¿Serán ratones?, me pregunto, tratando de tomar la escoba que había dejado cerca. Acerco mi oreja derecha sigilosamente a la puerta. Escucho el ruido nuevamente. Sí, viene de dentro. Debo abrir la puerta, pero inconscientemente no quiero. ¿Qué puede haber allí?
El ruido de madera viene acompañado como si algo estaría moviendo el sillón de una manera casi imperceptible. Era como si alguien o algo se acomodaba.
No tengo más remedio que abrir la puerta. Lo hago, pero mientras roto la chapa, cierro los ojos fuertemente y junto mis labios hasta marcarlos con los dientes. Tengo miedo, demasiado. Los abro con temor y veo a una especie de monstruo, un algo que parecía un alguien sentado en frente en el viejo sillón. Me sonreía de una manera burlona. Su cuerpo de formas abundantes se asemejaba a una araña peluda, pero vestía elegante y sin colores. Tenía un peinado de moño y un sombrero de cono.
Este ser había tejido una especie de tela de araña gris, muy grande, a la que todas mis fotos viejas estaban pegadas, dispuestas en forma de ciclo. Puedo ver mi rostro a lo largo de los años en las fotos. En todas yo sonrío, en casi todas yo estoy sola. El set de imágenes termina en el rostro del monstruo, el cual me parece que se convierte en una proyección de mi rostro al futuro. El monstruo ríe mientras me teje los pies y las piernas. No me puedo mover.
De un momento a otro paso de estar en ese cuarto al mío y en mi cama. Despierto, pero efectivamente no puedo moverme. Que me auxilie alguien, pienso, pero sé que no hay nadie. Con mucho esfuerzo, y después de horas, a mi parecer, puedo despertarme completamente.
Me veo sobre mi cama y con el abrigo aún puesto, mojado. Mis manos frías tienen una foto mía, una de las que había visto pegada en la telaraña. El reloj marca las 3 de la mañana. ¿Cómo había yo llegado hasta ahí?
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