Retina lunar
Por Danilo Borja
Una luna menguante agoniza en el espacio sin poder expresar sus sentimientos hacia la Tierra de la cual siempre estuvo enamorada. Su alma está llena de tristezas porque la única forma de alcanzarla ha sido reflejándola.
A pesar de que siente que reflejar es una expresión de amor, la luna se ha dado cuenta de que lo único que logra es crear una falsa o inexistente imagen de sí misma. Esto debido a que actúa únicamente como el espejo de la Tierra; un simple objeto reflectivo semejante a una ventana o una gota de agua. Es por esto que la luna medita todas las noches si elegirá reflejar a su amor distante, pero a pesar de su tristeza e impotencia, siempre decide hacerlo. Ese reflejo es la pura expresión de esperanza de estar juntos, porque en los océanos ve su formar circular eclipsada con el rostro de su amada Tierra. Si embargo, ver su reflejo también le causa un infinito dolor porque siente que la Tierra ni siquiera la reconoce.
Un día, en mientras decidía reflejar a la Tierra, la luna menguante optó que en esta ocasión no observaría su reflejo en el océano sino en algo más sublime y sincero: en los ojos de un niño. Apenas se ocultó el sol, la luna empezó a observarse en los ojos de un niño que abrazaba a su madre mientras le agradecía por una humilde cena. El sentimiento del niño hacia su madre era muy intenso e indescriptible. La luna podía ver el aura incandescente de ambos mientras se abrazaban. Este sentimiento atrapó a la luna que observaba de lejos y la trasportó a la mismísima retina del niño, quién después del afectivo abrazo se dispuso a explorar su patio.
El niño tomó su linterna y empezó a cambiar en medio de unos árboles de pino gigantes. Mientras tanto, la luna se dejaba atrapar por las emociones del niño. Sentía como el niño se emocionaba por ver hojas caídas y escuchar el cántico de las ranas. Su corazón se llenaba de paz y felicidad al ver a las aves acomodarse en los pinos para dormir. Se podía sentir que todos los seres estaban conectados. En ese momento la luna se dio cuenta de quien era la Tierra, descubriendo que la Tierra no era vanidosa como parecía en los reflejos. Por el contrario la luna conoció la facetas de madre, niño y naturaleza de la Tierra. Así, su amor por ella creció exponencialmente.
Al cabo de un par de horas el niño tuvo que regresar a casa para alistarse a dormir. Una vez que el niño cerró los ojos, la luna regresó al espacio con mucha esperanza y felicidad. Este viaje le quitó mucho peso de encima. Sus sentimientos hacia la Tierra se transformaron y su amor hacia ella se afirmó. Desde aquel día la luna decidió reflejarse en miradas en lugar de océanos.
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