Por Vivi Buitrón C.
Solo en el reflejo
¡Vaya, qué calor que hace esta noche! Apenas hace unas horas que aparecí en esta playa de arena clara que en las mañanas combina precioso con el cielo. ¡Es toda una enorme orgánica composición!
En las noches, en cambio, parece un cuadro claroscuro de siluetas inquietantes. Desde este ángulo en donde me encuentro puedo apreciar el encuadre del conjunto de palmeras inmóviles que parecen sombras de gigantes en contemplación. Más allá me aparece un acantilado de rocas erosionadas por el bamboleo de las olas y los besos de los vientos.
Hoy particularmente no hay nubes. Estoy yo dominando el firmamento y me acompañan unas cuantas estrellas de luz milenaria. ¿Quién sabe cuán viejo es ese claro estelar? ¿A cuántos años luz estarán de mí? Pienso que quizás muchas de ellas ya estarán muertas, aunque me emociona saber que perviven en el espacio por su resplandor.
Sin nubes y en mi perigeo exuberante, abro mi superficie y me dejo bañar gustosa y amplia por el sol. Su reflejo sobre mí hace visible nuevamente sobre la quietud del mar, el cual intenta ser las veces de espejo para permitirse resplandecer él también. Tal cual como en un juego de espejos sobre un escenario.
Sobre mí se ha hablado primero de todo, y se ha escrito tanto después. Desde la generación primera en la Tierra hasta el último poeta de la posmodernidad me han admirado. Gracias a eso, se han contado sobre mí mitos y leyendas, y se han inventado versos de amor y de guerra. Me han calculado la rotación y la traslación, y hasta les han dado nombres a las huellas del espacio sobre mi piel. Será por eso que prefiero mostrar la misma cara siempre, la radiante. Mi otro hemisferio, en cambio, demasiado golpeado está. Lo prefiero guardar para mí.
Dependiendo de mis humores, la gente siembra, cosecha, se corta el pelo y hasta escoge el día para llorar sus penas. Según mis fases, lo femenino también se acomoda, unas se dejan salir calientito y carmín; otras se guardan seguras en sí; y unas cuantas se entregan dispuestas a una muerte chiquita durante un instante eterno.
Parece que soy muchas cosas. Lo que más me gusta es, sin embargo, cuando los niños se asombran de mí. Van corriendo rapidísimo con sus perros por la arena. Todos están desbordantes de alegría mientras jugamos a que les persigo a donde quiera que ellos vayan. Río feliz.
Pero, ¿quién soy realmente? Quiero hallarme más que en el reflejo del sol, más que solo en las leyendas o en las letras en rima que desbordan las almas. Me gustaría encontrarme más allá de las ecuaciones que predicen mis movimientos, o de la noche a la luz de las velas entre dos.
Bajo mi mirada hacia mi reflejo sobre ese mar calmo para tocarme poquito. Quiero sentir la luz mía dentro del agua. Me extiendo cautelosa y con un poco de vergüenza. Me retraigo ante la inmensidad que estoy a punto de contemplar. Creo que el temor es normal cuando una se devela sus adentros para sí. Lo intento de nuevo y ahora hasta el agua me da la bienvenida. Dice que me he tardado demasiado en venir hasta acá. Me cuenta que el camino del descubrimiento es largo, apabullante, pero hermoso, y que no está necesariamente fuera de uno, ni siquiera dentro de uno, sino en relación con todos y todo lo demás.
Quizás entonces sí soy todo lo que se cuenta de mí, y solo soy cuando me entretejo en las historias de las generaciones. Comprendo, pues, que nuestra existencia es como un juego de espejos en un escenario, donde solo podemos ser cuando somos luz reflejada en los otros. Somos.
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