Por Viviana Buitrón Cañadas
Fernweh-Pompeya-Heimweh
Tres de cada cinco viajes, los hago siempre sola. No solo acá. Incluso cuando salgo a la ciudad donde vivo ahora, cuatro de cada seis paseos me los hago por mi cuenta. Me gusta ir a mi propio ritmo, leyendo detenidamente los nombres de las calles, la información de los museos. Me parece que el ejercicio de la observación es un gusto necesario cuando una es su propia guía. Es un deleite ver el caminar de los peatones sobre adoquines, asfalto, césped o tierra. La clave es dejarse asombrar por los detalles de los edificios en la ciudad tanto como por los relieves sutiles o escarpados en el campo.
Día X de septiembre – Día X de este viaje
09:00 am: El café de hoy me supo mejor que los otros días. Creo que cambiaron de café en el hostal. Estoy en el tren aún mientras escribo. Ya mismo llegamos.
Aún recuerdo mi primer contacto con el video del concierto de Pink Floyd en Pompeya. Las voces y esos instrumentos de otros tiempos eran una delicia auditiva, y lo siguen siendo. Desde esa vez, había soñado tanto con venir a esta ciudad de lava y cenizas. Y este día del mes de septiembre es el día, al fin [texto ilegible].
10:00 am: Día caluroso del verano italiano. Hago la fila en la puerta de entrada. Pienso que debí haber traído más agua.
Este país debería ser declarado un peligro emocional. Ya me ha robado y roto el corazón tantas veces y de todas las maneras posibles, pero yo sigo insistiendo. Cuando me despida de él con este viaje, tendré que pagar terapia nuevamente para reponerme.
01:00 pm: Estoy sentada bajo la sombra de un techado. Hay más visitantes a mi lado, casi todos asiáticos o viejos europeos. Tengo la nariz tapada y la garganta seca. Mucho polvo en el ambiente. No hay texto posible para todo lo que he visto. He tomado más fotografías esta vez.
Durante estas tres horas me he quedado prendada de estas calles de piedra construidas a pulso según la distancia exacta que ocupaban los culos de dos caballos (esto nos contó el guía). Me ha parecido tan curioso que esa medida se haya mantenido como estándar para la construcción de los rieles de los trenes.
*Recordar*: ir a Chimbacalle a ver la distancia de los rieles del tren en Quito.
Estas calles parecen un laberinto que llevan de la panadería del sector oeste a los palacios, pasando por la casona del prostíbulo que, por cierto, está abarrotado de gente. Ni en ruinas ha dejado de ser un lugar de bienvenidas.
He visto decenas de cáscaras de cuerpos, vacíos. La nada. Alguna vez todos ellos fueron padres, madres, niños, perros, el panadero, o el que traía la miel. No hay que desestimar la fuerza de la naturaleza.
*Recordar*: comprar el libro de fotografías al salir y tomarme unas fotos con el fondo del Vesubio en Nápoles al regreso.
03:00 pm: El anfiteatro romano fue la última parada de la visita. ¡Qué cierre! Antes, lugar de diversión con la muerte de los gladiadores; luego, sitio de conciertos; hoy, escenario para las obligadas selfies. Voy a ver de nuevo todo el video de Pink Floyd Live at Pompeii 1972 en YouTube.
05:00 pm: Solo quería anotar la hora en la que estoy en el tren de regreso a Nápoles. Pude conseguir viajar sentada para dormir un poco. Estaba leyendo mis notas.
08:45 pm: Hice la tremenda fila para comprar una pizza en la Pizzeria da Michele. Tengo aún la mitad como para el desayuno de mañana. Estoy ahora muy cansada.
Por cierto, hoy al llegar al terminal, fui directamente por mi foto con el Vesubio. La composición que me pareció más bella fue la que me tomó un joven viajero también con un buen ojo para el encuadre. Con el volcán bañado de la luz de la tarde, yo salgo con ojos curiosos observando a los viejos pescadores en el muelle mediterráneo. La curiosidad se me da natural.
11:45 pm: Debo dormir, pero no puedo. Estaré cansada para ir al aeropuerto mañana. Bueno, igual duermo durante las horas del vuelo.
Ahora me doy cuenta que antes de este viaje me sentía como los cuerpos petrificados que vi hoy: vacía. Todo lo que me había sucedido los meses previos a usar el ticket de ida había hecho arder mis entrañas hasta el punto de las cenizas, hasta la nada. El viaje me ha devuelto el asombro y el hambre por vivir otra vez de a poco. Durante estos días caminando, he ido llenando esos espacios con cansancio, vino barato, fotografías, pizza interminable, pies mojados en el mar, cantuccini y aperol spritz.
Hace X días que comenzó este viaje y al estarlo terminando puedo entender también que la emoción ansiosa del “fernweh” de un lugar desconocido al que se quiere ir y el “heimweh” que me hace querer el abrazo de mi mamá marcan los límites posibles de la experiencia presente de un viaje. La evaluación de todo esto la haré en casa. En 17 horas ya estaré allá. Intentaré dormir.
*Recordar*: Comprar una bitácora nueva, pero de esas bonitas. Estaba pensando que quiero que mi próximo ticket me lleve hacia la montaña. Dicen que ir a El Altar debe estar en la lista de los deseos. La clave del asombro ya la tengo, pero debo evaluar mi estado físico para e[texto ilegible].
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