Señor cantor ha entrado en una plaza buscando el nosequé que fue mi suerte. En la misma plaza estaba yo husmeando en el cielo alguna nube, había olvidado esa manía suya de esquivarme y salté de alegría por encontrarlo, (aunque no fuera cantando), o tal vez porque esa plaza a la que él ha entrado y donde yo husmeaba era tan pequeña que ese solo salto bastó para llegar a él, que buscaba mi suerte, un noséque que no pudo esquivar.
Y así se reducían diez años en un segundo, porque vale anotar que no duró más el abrazo, no diez años sino un segundo, y fue sin embargo un abrazo eterno. Y cuando se dio cuenta de que no pudo esquivarme y yo de que salté sin pensar, dijimos buenas tardes cómo está usted bien gracias siga nomás. Pero con la eternidad aún vibrando en los brazos, él halló el nosequé que buscaba que fue mi suerte y yo volví a mi labor menos seria de escribir informes, ninguno sobre nubes.
Mis informes no terminaron tan pronto como su nosequé, porque es costumbre nuestra el destiempo, miró por la ventana mi quehacer y nebuloso se fue.
El que no cante siempre no le quita lo cantor, pero es un señor siempre, a quien pretendo abrazar con letras, todas de nubes. Buenas tardes adiós.
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