No es sencillo que la caligrafía pierda su rigor y su ritmo, aquella escritura que va trazando manuscritos grabados sobre el ritmo simultáneo y a veces intermitente del soporte en que la imagen-palabra se dibuja, es la que trasciende hasta la mirada con sus formas y movimientos.
Muchas veces las palabras no lograrán describir una imagen y viceversa, pues los lenguajes son distintos y pueden llegar a ser intraducibles entre sí; imágenes y palabras podrán no alcanzar a definir los perfiles de la subjetividad, pero pueden afiliarse y lograr una interpretación acertada de lo real (que no necesariamente deja de ser subjetiva). La imagen no siempre ilustra palabras, pero las palabras no dejan de ser imágenes.
La retórica de la imagen es una fiesta sensible donde las dobles exposiciones y transparentes capas bailan con el desnudo sin pudor, donde la piel es escenario, personaje y causante de situaciones a la vez, donde la rotura de lo íntegro puede ser vista cuadro a cuadro.
¿Cómo entender la imagen de lo sin forma? El ser humano es alegórico esencialmente y reconoce en el símbolo una unidad de mensaje de contenido global, con una relación entre la forma del significante y su contenido.
Peter Greenaway nos permite descubrir en el “Pillow Book” de Shei Shonagon un cuerpo que puede ser leído cual si fuera un libro; en los cuerpos (no sólo en los de Greenaway) las letras, subtítulos y notas al pie incitan un recorrido por la sensualidad de la configuración del ser por cuyos poros se deshace la ausencia y con un aroma (que podría ser de café) va proyectando una ansiedad determinada a significar mediante las imágenes que encierran los conceptos con los que la mente construye todo lo demás.
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