Vanessa Padilla. Técnica mixta 2003
Desde antes de nacer recibí el aroma del café de la cosecha de mi abuela, ella lo tostaba lo molía y se lo enviaba a sus hijos, en un cartón que también traía mangos, plátano verde, humitas y tamales, cuando mi mami abría el recipiente verde el aroma se esparcía por toda la casa, café, café para la chuspa.
Cada desayuno, almuerzo y merienda, y por la tarde nuevamente estaba mi mami, joven, delgada, bonita, pasando el café por la chuspa, esa media caprichosa que yo adoro, porque su nombre me suena a magia, mi mami tomaba su taza de café con aroma a molido con amor, y dejaba, siempre, la mitad de la taza... siempre.
Mi papá pensaba que era mejor que se sirva lo que va a tomar, pero a ella no le gusta que le sugieran, ella se servía como quería y tomaba la mitad, yo estaba muy chiquita y mientras se entretenían en algo yo me tomaba la otra mitad. Así desde pequeña fui tomando café, oliendo café, oliendo a café.
Hay una temperatura exacta en la que el café es perfecto, ni antes ni después, ni más ni menos. Hoy a las 5 de la mañana me di cuenta de que dejé en mi taza de café la mitad. Y me alegré de ver que los pasos que sigo en muchos sentidos están bien marcados, cuando hay una referencia como la Marle, puedo saber que se puede continuar, aprender, alcanzar.
El aroma del café, es el aroma de la familia, del calor, la irreverencia, el despertar.
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