Para Lautaro
Las noches de no
dormir se cobijan con tantas dudas. La primera sábana sobre el colchón: ¿qué le
pasa a la muerte que viene lenta? que nos lleva a caminar con los pies
deformes, adoloridos, con el sudor en la frente, en el cuello. ¿A dónde quiere
llegar?, ¿qué tan lejos puede llegar?
La segunda sábana
y primera cobija causan un dolor nostálgico, abrumador, servido con el café del
desayuno junto a la fruta picada, ahora sé que la miel de abeja es más amarga
mientras más llanto se derrama en ella; la muerte de cada noche, muerte
temblorosa, que no se atreve a llegar, que tiene dudas, muerte infame que se
lleva lo que no tiene y deja la cama vacía para que tampoco tengamos nosotros.
Ni los rezos ni los abrazos apaciguan aquella hiel, muerte obscena que se lleva
a cuentagotas la parte del corazón que menos sangre bombea, ese músculo sublime
que en nosotros sigue latiendo, a ese no se lo lleva la muerte.
Segunda cobija y
el vacío nuevamente apoderado del sentir, de los alientos desgastados que no
consuelan, de los limones sin semilla más agrios que jamás, Lauta amaneces
nublado, con las gotas a punto de caer, con la nostalgia adherida, con la
mirada perdida, con el cielo apagado, el calor entumecido, las flores
silvestres domadas, las sonrisas caídas, los brotes de violencia a flor de
piel, los brazos atrincherados, las toronjas marchitas, las expresiones
almidonadas, los manjares putrefactos y los espejos rotos mostrando solo por
partes la tristeza de lo efímero en el reflejo de cada instante, el recuerdo de
quienes se introducen el en camino y los poemas que no sé cómo escribir.
Amanezco
taciturna, anochezco pálida con los labios en una luna creciente que mengua
antes de brillar; callados, secos, faltos de sonrisas, las personas gritan sin
hablar, sin decir ni una palabra, la tos seca que dice mucho más, visitas una
tras otra, invadiendo tu burbuja, en la que por primera vez tengo una
responsabilidad cierta y ahora un cumpleaños que nunca más se cumplirá, no llegará
el día, tal vez ni el mañana, tampoco la noche.
Y ahora el
cubrecama, te olvidas de respirar y te despierto con un beso en la frente y una
caricia en la espalda, no olvides inhalar por lo que más quieras, no llores de
cansancio, estamos aquí.
Y vuelve unos
meses después la muerte, insaciable, cuando nos habíamos olvidado de ella,
regresa a atormentarnos, a apresurarnos, a hacernos sentir impotentes, solos,
vulnerables, desabridos, muerte que vienes tan lenta, nos dejas la
incertidumbre de que tal vez te detengas
en otro rincón, pero vuelves a acercarte a olfatearnos a dejarnos tu hedor,
muerte osada que arrancas a cuentagotas las sustancias de vida, la sangre que
no dejas que bombee, enlútate a ti misma y abandona este sitio, haz un viaje
largo no de ida por vuelta, muerte que nos estás probando con tu lengua seca,
sin saliva, sin aliento, nos saboreas como si no hubieras probado un sabor así
jamás, te deleitas con las lágrimas que en nuestras mejillas se abren paso, te
refugias en los ojos hinchados, en el papel con que secamos nuestras lágrimas,
en las bocas abiertas y los párpados caídos.
Déjanos nomás ese
vacío grande como aquel con el que nos acabaste al arrebatarnos a Angélica,
Leonidas y América, porque aún creyendo que sí, no te los has llevado, muerte
ingenua. El Lauta también se queda acá, con su corazón grande, no el de la
insuficiencia cardiaca, sino el de la suficiencia para brindar amor, regaños y
ternura. Muerte vaga no eres tan grande para llevártelo de verdad, su corazón
que creció tanto no lo avanzas, no te alcanzas, mucho menos el recuerdo, y ni
hablar del cariño. El ejemplo de lucha queda impregnado como la mejor herencia
que nuestro hermano, tío y amigo, nos pudo legar. Gracias Lauta por amar la
vida y por enseñarnos con tu ejemplo la voluntad ciega de vivir.