martes, 8 de septiembre de 2015

Nostalgia de cristal


Ecuador infinito edición 36


Por Vanessa Padilla

Tengo el final de mi historia... me falta encontrar el comienzo.

La nostalgia es una lupa imaginaria,
con la cual lo que uno ama adquiere dimensiones nuevas.


Para mirar al Ecuador tengo lupas distintas, grandes y pequeñas, tengo binoculares y largavistas,
estereoscopios, zootropos y caleidoscopios también. 


Pero cuando vuelvo al Ecuador sé que la lupa no agrandó nada ¿Para qué agrandaría el sabor de las frutas, la intensidad del sol, la cascada de Peguche, las estrellas del Quilotoa,
la fiesta del Sol o los colores del mediodía?

¿Cómo agrandar las tortugas o las familias?
ya todas son tan grandes...


El café pasado en chuspa, la cordillera, los nevados, el furor de los volcanes...

¿Se puede agrandar el sabor del maracuyá o de la naranjilla? 

Lupa consoladora,
una lupa por litro de agua, cuando quiero medir la distancia.

¿Cómo agrandar los rituales, las mingas, las limpias? 

La nostalgia es un pasaje obligado de vuelta,
es una cita constante y siempre abierta con lo atemporal, con lo que no pierde su esencia aunque cambie,
con lo que no derrocha su simplicidad aunque progrese, con quienes no gastan su hermosura aunque envejezcan. Y sí, unos mueren, pero también otros nacen. 


¿Qué Sanjuanito no estruja el alma?
No soy de banderas yo, pero nací bien cerca del sol,
y me esparcí como sus rayos para abrigar lo distante, que es más-bien-bien-frío. Por eso me fui a volver. 


¿Cómo puedes agrandar los amores? (los posibles... los imposibles).
La nostalgia es más bien una trampa en la cual caer deliberadamente con los brazos extendidos en posición de vuelo,
vuelo de regreso adonde la tierra hecha montañas
se viste de colores para envolver ese frío de sierra, delicia de maíz. 


Qué linda la incertidumbre cuando no sabes si el Chimborazo se va a dejar ver, si el Tungurahua va a explotar otra vez,
qué linda la incertidumbre del Cotopaxi, del Pichincha, del Cayambe, del Ilaló, ¡qué linda la incertidumbre! 


En el invierno de afuera la lupa se agranda,
la nostalgia se exacerba,
pero si la magia y el azar se juntan
saben poner en el cristal de la nostalgia un buen sueño,
y en no importa qué parte del mundo, con las raíces expandidas,
se puede soñar cada rincón del Ecuador y luego comprobar que todo ha sido cierto. 


Ahí me llega el sol a los huesos, me llueve el alma,
y la música hace de mí una suerte de viento y tambor. 


Así es el Ecuador: Caprichosamente andino, chéveremente grande, bacanamente inmenso, delhijuemadremente infinito, chutamente bello...
Pero me queda pendejamente lejos. 

No ha sido cierto que el final estaba listo, pero aquí voy a poner el punto final.
Punto final.

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