martes, 20 de diciembre de 2016
Carta del 2012 al Colegio George Berkeley
En esta carta me pongo el sombrero azul-nostalgia, porque estuve sentada
en el pupitre de la estudiante y en la silla de la profesora y en la transición
descubrí 4 cosas que fueron y son fundamentales en mi vida:
Uno: el aula de arte es mi aula
Dos: la clase de literatura es mi clase
Tres: la primera voz de la banda es mi voz
Y cuatro: Educar es un acto de amor
Dos: la clase de literatura es mi clase
Tres: la primera voz de la banda es mi voz
Y cuatro: Educar es un acto de amor
Con esto quiero decir que, lo que ahora tengo como herramientas para
trabajar y para vivir, inició aquí, en el Colegio George Berkeley.
Descubrí también que el mundo se descubre de adentro hacia fuera, que las más sublimes manifestaciones de arte las crea Dios cada día, que las palabras vibran “de los pies al alma”(no importa en qué idioma) y que la música es el lenguaje del mundo.
En este escenario pude ver crecer de a poco al niño por quien más amor y orgullo siento, y también vi crecer a mi madre, como educadora... como ser humano.
Ella no fue solamente mi madre, fue la madre de todos quienes supieron recibir de ella su sabiduría, su afecto, su ilusión. Cuando despierto pienso en ella como mi mayor referente y qué orgullosa me siento.
Me cambio al sombrero rojo-alegría, y desde lo lejos que puedo estar ahora mismo, celebro con el corazón muy junto a ustedes.
Gracias Marianita por creer en mí, por apostarle a mi triunfo y por bendecir mi camino. Bendigo el suyo y la abrazo.
Luz y progreso a todos quienes somos parte de este escenario donde tanto se construyó.
Vanessa Padilla
Descubrí también que el mundo se descubre de adentro hacia fuera, que las más sublimes manifestaciones de arte las crea Dios cada día, que las palabras vibran “de los pies al alma”(no importa en qué idioma) y que la música es el lenguaje del mundo.
En este escenario pude ver crecer de a poco al niño por quien más amor y orgullo siento, y también vi crecer a mi madre, como educadora... como ser humano.
Ella no fue solamente mi madre, fue la madre de todos quienes supieron recibir de ella su sabiduría, su afecto, su ilusión. Cuando despierto pienso en ella como mi mayor referente y qué orgullosa me siento.
Me cambio al sombrero rojo-alegría, y desde lo lejos que puedo estar ahora mismo, celebro con el corazón muy junto a ustedes.
Gracias Marianita por creer en mí, por apostarle a mi triunfo y por bendecir mi camino. Bendigo el suyo y la abrazo.
Luz y progreso a todos quienes somos parte de este escenario donde tanto se construyó.
Vanessa Padilla
Múnich 29 de junio de 2012
Gary Plaza
Caballo de
madera, siempre leal, traslada de un rincón a otro del mundo, el abrazo
maravilloso de nosotros... y los duendes hacen fiesta. En la tristeza, en los sueños
de cambiar el mundo, en la alegría infinita del reencuentro, caballo de madera,
noble y bello, conduce los sueños atravesando el atlántico, nada como pez,
vuela como ruiseñor y trotando nos une irrompiblemente con un cordón de plata. Le quiero
Gary Plaza.
lunes, 19 de diciembre de 2016
“Quiero oler a café”
Voy a tomar la primera taza
de café, quiero tratar de que lo dulce que pueda haber en mí se pierda en esta
taza o en las demás que deberé tomar mientras me dure la noche, hasta que los
poros de mi piel expidan el olor amargo del café sin azúcar, para dejar de oler
a niña aunque no pueda dejar de serlo...
Vanessa Padilla A. 2000
“Recorriendo el mundo con la alegría de los niños”
Junto al lago
aprendí el idioma del árbol, cada noche podía soñarlo porque quería contarme
una historia. Supe después que era una mujer y que sus frutos eran dulces
claudias mucho antes de que olvidaran darle agua y cariño.
Ahora se siente sola y débil, por eso mi burro y yo la
visitamos muy seguido para contarle nuestras historias de viaje. Vive muy
distante, pero vivir ya es bastante, aunque fuera cerca o lejos.
Mi burro camina muy despacio y quien lleva la carga soy
yo, pero él me escucha y escuchar ya es bastante, aunque entendiera poco o
nada.
Junto a Pepe, mi burro, escribimos en libros de la
imaginación, los diarios del mundo que recorremos.
A mis preguntas y comentarios responde y opina así:
-Hannnnn ih hann ih hannn… Brrrrffff.
Aprendimos con el tiempo a llevar siempre poco y a
necesitar cada vez menos. Mientras más conozco, menos me falta.
Experimenté cómo es guardar toda mi historia en dos
maletas, a recomenzar dondequiera y ahora sé también que empezar de cero, no
significa de cero realmente.
Bajo la montaña aprendí el idioma del viento, podía
soñarlo y me decía que a veces es mejor callar, un voto de silencio puede
guardar energía cuando el sendero no es fácil.
El silencio o la verdad son las dos únicas posibilidades,
ninguna otra podrá ser contemplada para viajar en un camino con luz.
Dice el viento, en tono bajito:
-Sssshhh… Es mejor callar y sutilmente mirar…
El pintor se alegra con el comentario, porque al caminar
le ilusionan los colores. Andariego con su pincel y su pluma, va contándole al
papel la belleza de su corazón noble, que puede hallar la belleza de lo simple.
Él recorre los paisajes y los pinta, yo recorro sus obras de arte y sueño
despierta mientras paseo en ellos.
Hace años vivió mi burro en Malacatos, le gustaba la
cachaza y la melaza del mismo trapiche donde la señora Petito y el abuelito
Segundo compraban la panela para endulzar el café que ella cosechaba para
tostar, moler y hervir.
Sabemos todos, por el aroma que perdura, que a la sombra
de frondosos cafetales él le pidió que lo aceptara como esposo y ahí es donde
se enamoraron hasta hoy y para siempre.
Tomamos café juntos, yo no puedo verlo, porque no todo
puede ser visto con los ojos, pero está ahí bebiendo de su taza un café bien
caliente, como le preparaba ella con sus manitos de papel de seda.
Mi burro y yo, en los caminos del mundo, encontramos a
quienes no creen en el amor para siempre, por eso preferimos a veces saborear
las conversaciones del árbol, las conversaciones del viento, ellas, ambas
majestuosas señoras, creen en todo menos en los límites y saben que el mundo es
uno sólo y que somos de todas partes.
Cuando visitamos a Sebastián, sabemos que hay lugares a
los que siempre anhelamos volver. Él nos enseñó que cada puente es una
oportunidad para pedir un deseo, nosotros no pedimos ni tanto mucho, ni tanto
tanto, ni tampoco tan poco. Y cuando le preguntamos qué hace el sol ahí tan
alto, nos dice que es para que cuando llueva los arcoíris puedan florecer. Así,
aunque no estamos cerca de las personas que tanto queremos, ver esos colores es
como darse un abrazo casi en persona.
Ser niño es un misterio, cuánta sabiduría guardan en sus
soles grandes de mirar.
Tenemos pies (patas) y corazones que recorren el mundo,
por dentro y por fuera, de ida y de vuelta, con y sin un rumbo y sin límites de
tiempo.
Ya nunca suspendemos un viaje que nos dice el corazón,
porque los destinos no deben cambiarse arbitrariamente, aunque haya una parte
que se deba dejar para poder partir.
Dice el árbol:
-Pierde nomás tu brújula, el camino está ahí, cada quién
tiene su pena, cada quien tiene su alegría. Los viajantes, aunque salten el
charco o se suban a un pájaro grande, no cortan sus raíces: las expanden.
-¿Cuánto falta? ¿Ya llegamos?- Preguntaba siempre, pero
ahora sólo quiero descubrir el enigma del camino: ¿por qué de ida es largo y de
regreso es corto? Eso a Pepe, mi burro, le tiene sin cuidado, no quiere dejar
la aventura para que todo vuelva a ser lo mismo, él va libre de apegos aunque
no haya siempre la certeza de volver.
-Hannnnn ih hann ih hannn… Brrrrffff- se despide rumbo al
país de los molinos de viento.
-Volverán breve- nos dicen y nos abrazan hasta la próxima
vez.
Vanessa Padilla A. 2013
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