miércoles, 27 de mayo de 2020
Septuagésimo segundo día
Unos minutos antes de la clase de yoga me siento junto a mi mandala bordado para hacer vibrar la campana y bendecir los nombres de mi gente amada, cierro los ojos y empiezo a escuchar un zumbido fortísimo, mi gurucita dice que debo concentrarme y no dejar que lo externo distraiga mi meditación... sólo que con el tamaño de ese bicho me pegué un susto, era un abejorro carpintero ahí de grande, maravilloso, con alas azules metálicas, pero atrapado en mi cuarto de meditación. Pasado el susto pude iniciar una clase hermosa, me llenó de tanta alegría que bailé el resto de la tarde, me di cuenta de que el kundalini yoga tiene mucho en común con la percusión corporal, ambos implican mucha concentración, energía, constancia, corporalidad y sobre todo alma, en los últimos meses he tenido la suerte de tener dos profesores que le han aportado tanto a mi vida con sus enseñanzas y eso que otra de las alegrías de esta experiencia es compartir el aula (virtual) con personas que tanto quiero, reencontrarlas es recobrar la esperanza.
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