Por Vanessa Padilla
Ella camina descalza dando sus pasos inquietos, meditabundos e inciertos, trata de sentir en sus pies el frio y la humedad que contrarreste la soledad que con tanta furia la quema, avanza, pero no sabe hacia dónde, escucha los gemidos de las olas como si éstas se burlaran de su miedo, sin compasión la llaman hacia su profundidad y aunque que ella no sabe nadar, obedece al llamado y se aproxima, se sumerge. Casi perdiendo el aliento ve brillar algo que salta entre las olas muy cerca de ella, con mucho esfuerzo logra aproximarse y descubrir una botella que guarda adentro un papel, el hallazgo y la curiosidad por saber lo que encierra la despierta de su letargo y logra volver a la arena, casi sin aire pero con alegría, un pequeño tesoro, un mensaje que el mar le entrega y con el cual la salva.
En otra parte y en otro tiempo, la desolación y el hambre, la sed y el desamor, pintaban el cielo, no se distinguía la noche del día porque en esta situación de vacío interno daba lo mismo que brillara el sol o que la noche no tuviera estrellas, entonces, con la energía que un último resplandor de esperanza le daba, decidió escribir lo que su corazón tenía y aunque su escritura no duró mucho tiempo terminó como si su último aliento se consumiera en esas palabras, una despedida, un grito, un suspiro que se perdería en la infinidad del mar:
Extraño con todo mi ser tu cercanía, me agobia el arrepentimiento por todas las veces que te tuve cerca y no te abracé, maldigo el pudor que me lo impedía, estoy lejos y no podré volver, sólo tengo mis sueños que me acercan a ti, con su irrealidad, con lo efímero de su existencia...de la nuestra, en ellos descubro nuevamente la alegría de lo jamás sucedido, te siento y si una vez mis palabras llegan a ti: no estás sola mientras las olas te canten mi son.
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