LAS NOCHES DE AGUACLARA
Por Isabel Guaricela
Ya se le había convertido en una costumbre despertarse todas las madrugadas a las 4h00 en punto. Allí, Thais, en la esquina izquierda de una gran habitación, descansaba en una pequeña cama junto a sus hermanas. No estaba segura de que su sueño era interrumpido por sus pesadillas o si era la voz de Aguaclara, ese espíritu que llegaba hasta ella con la ineludible pregunta “¿Por qué te despiertas tan temprano?”. Al inicio, cuando lo escuchó por primera vez, creyó que era una voz interior que su temor la volvía audible; pero, con el paso de los días se dio cuenta de que era un espíritu que la visitaba a la misma hora, conversaba unos minutos y luego la dejaba en un sueño plácido y tranquilo.
Thais dormía recogida sobre su lado derecho, en posición fetal, con su cara hacia la pared. Cuando escuchaba al espíritu mantenía sus ojos cerrados, no quería ni imaginar la forma que tendría su ya amigo −espíritu del amanecer−. Le entretenía mucho, durante el día, darle diferentes formas a la extraña voz que la visitaba.
Un día, antes de ir a la cama, se propuso conocer la figura que tendría el espíritu. Tanta fue la excitación que experimentó que no pudo conciliar el sueño aquella noche. Llegada la hora, y luego de vencer el temor, abrió los ojos y se encontró con un titilante punto azul dibujado en la pared que atrajo su atención y la liberó de toda clase de temores. Entonces, la voz que escuchaba todas las noches se transformó en una comunicación mental que la envolvió en un estado de paz total. Aguaclara desplegó su manto azul y condujo a Thais al fondo de un lago apenas iluminado por los resplandores de los astros madrugadores que hasta allí llegaban. Aquí le mostró su gran colección de piedras de todas las formas y colores que se podría imaginar. Le indicó la belleza y las propiedades de cada una de ellas; y, cuando terminó le pidió a Thais que desterrara de su mente la idea de morir atrapada en medio de piedras o restos de alguna destrucción. Escuchó del espíritu que esta colección de piedras cuidaría de ella mientras siguieran conectados y unidos a través de los encuentros diarios que mantenían.
Cuando Thais despertó a la hora que solía iniciar su día, sintió un gran alivio como si de su cabecita hubiese caído el velo que nublaba su mente.
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