Por Vanessa Padilla
Envane tenía avidez por transmitir su mensaje y no sabía cómo hacerlo, sin su corporalidad, su presencia era imperceptible, su voz inútil, su tacto nulo, mientras su desesperación aumentaba gritaba pidiendo ayuda pero nadie la escuchaba, recorrió la casa entera intentando hallar una manera de manifestarse, sin lograr nada, fue hasta el jardín y vio con sorpresa que alguien sí reaccionó, Princesita, su gallina que cacareaba y cacareaba como diciendo “sí te escucho, sé que estas ahí”, sus alborotos cambiaban de tono, era fácil saber cuando era pregunta o afirmación, Envane sentía alivio al saber que su presencia era perceptible para su gallina, que sus cacareos eran evidencia de que estaba ahí, eso la reafirmaba a sí misma, corroboraba su existencia, su vibración, su ser. La jardinerita se acercó a colectar los huevos azules de Princesa como cada tarde y con alegría pudo escuchar a la gallina hablar, entre tartamudeos y alborotos escuchó un mensaje, como tiene experiencia con sus amigos imaginarios, la conversación fluyó sin dudas ni temores y pudo comprobar que se trataba de Envane, la que pintaba las paredes con pajaritos azules, la que coleccionaba piedras para escribirles secretos. La gallina tenía las plumas crispadas y más lucidez que de costumbre, su pico no alcanzaba a nombrar la emoción que implicaba comunicarse con la jardinerita, qué suerte que ella no le tiene miedo a nada porque así pudo asimilar mejor el mensaje de que los gatos no necesariamente se descomponen frente a tus ojos cuando mueren, que el asco y el miedo juntos son una combinación que debilita y amilana, jardinerita asintió, acarició el plumaje de la princesa y le pidió un reencuentro en la colecta del día siguiente, Envane cacareó entusiasmada y del pico aunque no pueda salir una sonrisa, sí que la hubo.
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