EL BESO
Por Marlene Arévalo
Andrés, un niño de 12 años hizo un hábito todas las mañanas, antes de ir a la escuela dar un beso a su madre y pedirle la bendición.
Esta rutina era una demostración de los vínculos afectivos que los unían, estrechaba los lazos de amor entre los dos.
En su ingenuidad de niño consideraba que, si por alguna razón no besaba a su madre, su día no sería bueno.
Con el tiempo se convirtió en experiencia única, mágica.
Había noches silenciosas en que el beso merodeaba el espacio, lo que lo llevó a pensar que sería interesante construir un besoscopio. Aparato parecido a un termómetro que serviría para medir las emociones que un beso provocaba, el grado de alegría, bienestar y optimismo.
Cuando Andrés se hizo adulto, se trasladó a vivir en otra ciudad, lejos de su madre, contrajo matrimonio y tuvo dos hermosas hijas.
En su trabajo se contagió de COVID por lo que tuvo que ser internado en un hospital.
Aún en su inconsciencia pudo recordar el besoscopio que había construido cuando era niño y el efecto sanador que el beso producía.
Mientras su madre se encontraba a kilómetros de distancia angustiada por su estado de salud, pudo ver cómo su hijo apareció en la puerta de su sala con las manos juntas pidiendo la bendición y un beso. No podía explicarse su presencia, ya que sabía que se encontraba hospitalizado y muy grave, además la puerta principal siempre se encontraba cerrada con candado.
¿Cómo entraste? -preguntó su madre
Por la puerta -respondió él.
Ante el asombro su madre desvió la mirada por un instante y él desapareció.
Esta es una muestra de cómo estos sencillos actos de amor conectan a un hijo con su madre. Reflejan admiración, respeto, y son una increíble manifestación de ternura y protección.
Es posible que hayan sido el beso y bendición los que sanaron su alma y su cuerpo.
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