Por Viviana Buitrón Cañadas
El besoscopio
No hay lugar más solitario que una isla, y no hay más actividad solitaria que la investigación. Elena era isleña de nacimiento, pero continental por sus padres. De su madre había heredado la atención a las necesidades de la vida material y la paciencia, y había aprendido a amar la justicia, recordándole que no hay flores en primavera sin el invierno previo que adormece antes a los capullos. De su padre, en cambio, recibió el don de la exploración, el arte y la idealización de la vida. No por nada había cruzado todo el mar para ver qué había del lado por donde se duerme el sol. No por nada en su juventud había concretado su gran empresa a las islas con la entonces joven mamá de Elena.
Elena desde pequeña mostró ser la mezcla de sus padres: paciencia, exploración y la disciplina propia de su cosecha. Aprendió a llevar su bitácora de descubrimientos en la isla. Los animales, las plantas, las semillas, todo estaba perfectamente descrito y dibujado con un trazo exquisito. Más tarde, esas descripciones le valdrían un reconocimiento en sus años dorados de retiro. Pero bueno, y sin adelantarnos, Elena primero debía aprender algo mucho más importante, algo más de las entrañas y no tanto de la cabeza, a lo cual ya estaba bastante acostumbrada.
Había visto entre los mamíferos pequeños particularmente una especie de caricia de narices y mejillas. Ese comportamiento le causaba una gran intriga, ya que a su entender no constituía una función vital. Sin esas caricias, los animales de todas maneras seguían vivos, respiraban y hacían su digestión, aunque había notado que, si uno de los dos participantes iniciaba el acto, el otro -sea madre, padre o cría- respondía inmediatamente con un acurrucamiento. Entonces, si no era vital, para qué habían desarrollado tan comportamiento era la pregunta.
Desarrolló entonces una máquina para ver qué pasaba en los mamíferos pequeños al momento del contacto de tales caricias. Elena, aparte de metódica bitacorista, era muy hábil con las herramientas, los engranajes y los destornilladores. Tomó como ejemplo el microscopio y el telescopio viejos de su padre, con los que hacía grande el mundo micrométrico y acercaba lo más lejano del universo. Terminó fabricando un X-copio. Era X porque no sabía qué no más podía medir aún. El aparatejo teñía de colores los cuerpos según las hormonas que los recorrían. Con su libreta en mano, su invento listo y sus botas bien puestas partió hacia el sitio de la isla donde más abundaban las especies de mamíferos pequeños para observarlos a distancia prudente. Esperó pacientemente tres días con sus noches. Trabajó en la observación directa y a través de su X-copio, tomando siempre nota.
Tras el trabajo disciplinado y paciente de campo había notado que los labios eran los verdaderos protagonistas de la danza de colores que veía en su X-copio. La oxitocina, la hormona del amor y del apego -porque el apego es bioquímico-, pintaba de rojos vibrantes los cuerpos y desde el interior se irradiaban. La dopamina era más bien lila y hacía desfallecer de placer. Inmediatamente luego el verde de la serotonina acaparaba pecho, estómago y garganta principalmente, es decir, los lugares donde se acumula la tristeza. Sencillamente quedó fascinada por lo que veía, aún sin comprender la complejidad del contacto humano.
Años después, cuando creció, Elena volvió a sus orígenes continentales. Llevó consigo el microscopio, el telescopio y el X-copio. Se propuso investigar el fenómeno en sus pares humanos continentales en el día de Sant Jordi cuando abundan libros, rosas y roces de labios. Así descubrió que cuando dos, a los cuales les llaman los enamorados, tocan uno a otro sus rostros, se llama beso. Así su X-copio adquirió un mejor nombre, el besoscopio.
Lo que vio a través del artefacto entre en los humanos era pura psicodelia, toda una explosión molotov de colores: rojos, lilas, verdes de la oxitocina, la dopamina y la serotonina. Todos en una mezcla de acuarela. Sin embargo, no seguían el mismo patrón que los otros mamíferos. Incluso, cada pareja se teñía distinto. Alcanzó a ver que esto era más complejo porque sus cuerpos se pintaban también de azules que extraían el estrés del cortisol y bañaban indiscriminadamente de naranjas de pasión. Beso tras beso, las miradas de los enomorados también se tocaban, sonreían, se abrazaban y se volvían a besar. Todo esto sucedía acompasadamente, apretando los convexos de los cuerpos y acomodándose mutuamente a sus concavidades. Los amantes se subían rítmicamente la temperatura -lo cual el besoscopio también medía- y sentían que sus pechos aceleraban a mil en la tibieza de dulces fluidos. Ese momento era desfallecer y hacer que el mundo no importe mucho.
Elena anotó en su bitácora que el besoscopio resultaba demasiado limitado para el beso humano. Podía medir la intensidad de los colores dados por los disparos hormonales y hasta estimar temperaturas -todo cuantitativo- pero no alcanzaba a descifrarlo todo. Tampoco alcanzaba a explicar el porqué de la complicidad en las miradas ni de la intensidad del placer que obligaba al cuerpo a cerrar los ojos para no explotar. Sin embargo, esto no respondía tampoco su prescindibilidad para la vida.
Tiempo después descubriría por ella misma todo esto desde dentro. Se dio cuenta que efectivamente había respirado y hecho su digestión con normalidad todos sus días previos sin haber besado. Y solo entonces, tal encuentro molotov le mostraría que la vida podía ser más bonita con tan solo uno de la persona querida, que la sensación de los colores en sus propias carnes era verdaderamente intensa, y que para entender su ritmo de mirada-sonrisa-manitos-apretadas-mirada necesitaba aplicar, además de la observación participante, otras técnicas cualitativas de recolección de datos. Había, entonces, que repetir la experiencia tantas veces como fuera necesaria -todo sea por la ciencia-, solo para demostrarse que la investigación no era una actividad tan solitaria, a fin de cuentas.
Narrativa interesante pues hay una mixtura interesante de ciencia y sentimientos mas bien de emociones. Tan buena e híbrida que hasta crecen los besoscopios. Felicitaciones a Viviana.
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