SIN LUZ NO HAY SOMBRA
Por Marlene Arévalo
Luciana caminaba aproximadamente un kilómetro para llegar a su escuela, al regresar a casa al mediodía sentía que alguien la seguía, pensaba que podría ser un fantasma o alguna persona, regresaba a ver, sin embargo, no encontraba nada.
Un día descubrió que la sensación de compañía era su sombra, caminaba de prisa y ésta la seguía, obviamente proyectada por la luz del sol, que es el que nos permite transitar por caminos iluminados.
Luciana se acostumbró a la compañía de su propia sombra, por lo que decidió abrazarla, tomar un café con ella y compartir momentos agradables.
Cierto día desapareció el sol porque se encontraba gravemente enfermo, por lo tanto, desapareció la luz, el calor y por lo tanto las sombras.
Ante esta grave situación los habitantes del pueblo decidieron tomar acciones y realizar una fiesta en honor al sol, para expresarle su gratitud por todos los beneficios que presta.
Una montaña fue el centro de la celebración para invocarlo, música, danza y mucho colorido se sumaban a la alegría de los vientos que nacen en los verdes campos y dorados trigales. Alimentos como maíz, papas, ocas, mellocos, formaron parte de la celebración.
Al amanecer y con mucha emoción, la gente pudo observar que una brillante luz inundaba el espacio, los caminos volvieron a iluminarse, el sol apareció en todo su esplendor y los campos volvieron a brillar.
La sombra, compañera de Luciana volvió a aparecer.
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