Titila
por Santiago de la Torre-Cusni
Fue el grito de gol más intenso que pude lanzar, todos gritaron conmigo y su emoción era tan grande que casi lo disfruté.
Éste, como todos los domingos, llegué puntual y listo para el partido.
Uno a uno fueron llegando, todos atrasados y ansiosos.
Bastó que ruede el balón para que empiecen los gritos y poco después los insultos.
Es su forma de desestresarse pensaba yo.
Tienen que liberar sus tensiones y preocupaciones de la semana los justificaba rodeado de patadas y alaridos.
Yo fingía disfrutar, al fin y al cabo, era una tradición.
Al terminar el partido no faltaban las bielas y los cachos hasta el anochecer.
Despliegue insano de testosterona en el que nunca faltaban bromas misóginas, homofóbicas y racistas.
Ya es lunes, voy camino a la oficina y me repito: “Amo lo que hago, amo lo que hago, amo lo que hago”.
Como un mantra que me tranquiliza lo repito.
Acabo de colgar el teléfono y la orden recibida fue clara: “Dile que no joda, que trabaja sin anticipo o no trabaja nomás”
Este círculo vicioso de injusticia capitalista ha provocado que poco a poco mi amor por el oficio vaya desapareciendo.
“Amo lo que hago, amo lo que hago…” me repito y casi me creo.
Este semáforo es más largo de lo normal, pienso… una fracción de segundo después escucho bocinas atrás.
Giro y avanzo en dirección opuesta.
Acabo de recordar un anuncio que vi en la mañana, ¿era una señal? me pregunto mientras sigo acelerando a fondo.
No alcanzo a encontrar una respuesta y ya me encuentro estacionado ante el cartel rojo luminoso.
Titila.
Cada vez que se apaga dudo.
Pero cada vez que se enciende lo único que resuena en mi cabeza es: “siempre lo quisiste”
Lleno mi pecho de aire,
me saco el reloj, los anillos y la chaqueta.
Los oculto bajo el asiento y salgo.
Al cerrar la puerta creo escuchar el timbre de mi teléfono dentro del auto, ya no importa.
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