martes, 22 de marzo de 2011

La verdad como esencia de las palabras

Foto-instalación "Quiero oler a café" 2001. Vanessa Padilla

(Fragmento del texto: "De palabras, voces y cuerpos")

Hace ya algunos años estudié en esta Facultad, y uno de los trabajos que presenté en el Taller de Arte fue una canción que compuse basada en un cuento de Julio Cortázar, armé la música, escribí la letra, la canté, la grabé y al presentar la canción en clase sucedió lo que hoy, 10 años más tarde, me sigue pasando, todos dijeron y aún dicen:

-Esa no parece tu voz, es una voz linda, grande.

Y yo digo para mis adentros:

-Mierda ¿y porqué no puede ser esa mi voz?

Entonces deduzco que si ves a alguien de baja estatura, con una apariencia de relativa ternura, calidez y ángel, (lo digo exagerando), no le otorgas el derecho de tener una voz fuerte, rotunda y hasta a veces cruel.

Entiéndase cruel, como el decir la verdad a los otros cuando esperan que les mientas.

Ejemplo: amigas, amigos, familiares, compañeros, colegas, y demás, que te preguntan lo que piensas pero que en realidad tienen de antemano establecida la respuesta que quieren oír. Generalmente se los complace, alimentando ese círculo vicioso. De caso contrario voila: eres cruel.

¿Será acaso cultural, esa aversión a escuchar de los otros lo que realmente piensan? (no tengo respuesta a esto).
Cuál podría entonces ser el significado de las palabras si lo que encierran es la sumisión ante los egos.

Sería posible hacer un capítulo entero llamado: “Tips para conservar una amistad”, donde liderarían las dos siguientes frases:
1.- Él sí te ama.
2.- Ella seguro te es fiel.

Algún rato hagamos un ejercicio práctico, díganles a sus profesores, padres, amigos, novios, amantes, etc. lo que realmente piensan y sienten; luego hagamos un cuadro estadístico de las materias reprobadas, expulsiones del hogar y rupturas afectivas.

Tengo en mi haber datos espeluznantes, sobre todo lapsos largos de soledad y desempleo, pero no lo digo en un tono de lloriqueo, para mí las personas vienen te aportan y se van cuando han agotado lo que tenían para compartir contigo y con respecto al trabajo, pues las puertas precisas son las que se abren sin forzar la chapa.

Tomen nota de esto que iría en el capítulo “Tips para conservar el trabajo”:
1.- (En el mejor de los casos) Sea usted su propio jefe.
pero si esto no es posible…
2.- Nunca le diga a su jefe, ni con metáforas, que es un idiota, aunque lo sea, porque no lo va a entender.

Yo varias veces lo dije, y lo seguiré diciendo cuando lo considere necesario, esto me ha dado el privilegio de tener como un “as bajo la manga” la siguiente frase con la que suelo cerrar conversaciones laborales conflictivas: “De mejores lugares me han botado”.
(Si no adivinen porqué ya no soy profesora aquí).

¿Pero qué es lo que pasa entonces con las palabras? ¿cuál es el valor que tienen cuando lo que encierran no es su propia verdad? ¿Qué sentido tiene pronunciar algo en lo que no se cree?
Pero hay algo más grave aún: el callar. (Excepto si es un voto de silencio). Porque entonces toda esa energía que en un acto comunicativo vos despliegas, se queda atrapada y se convierte en algo similar a aquel monstruo blanco gelatinoso de la película “La Cosa”que va creciendo y creciendo, alimentado por cada palabra que no dices, y por cada cosa que quieres hacer y no haces, hasta que ¡zas! te come.

Callar no es una solución, sino el saber decir, siempre y cuando los otros estén dispuestos a recibirlo, porque el acto comunicativo no es unidireccional, es, ojalá, de ida y vuelta.

Yo sí creo que “decir” es un acto político, pero “decir con honestidad” es un acto de amor. Entonces lo que antes mencionamos como cruel, no lo es tanto, hay que querer mucho a las personas para ser absolutamente sinceros con ellas. Pero también hay que ser absolutamente pilas, para asumir que el alimentar el ego ajeno o el propio, con palabras vacías, es acumular energía que se estanca, y eso es como agua: si no fluye se pudre.

Lo que quiero decir, es que las palabras no tienen un significado en sí mismas, son una vibración, se animan cuando las adoptas, no importa de qué manera, puede ser oral, escrita, puede ser gestual, en silencio, sin embargo, las palabras y silencios significan ilimitadamente.

El diccionario es una mentira, bueno, es una grandiosa herramienta, pero se lo siente inerte, inamovible y las palabras no lo son, ellas son orgánicas, siguen vibrando y mientras más subjetividades puedan interpretarlas, dibujarlas, sentirlas, o pronunciarlas, seguirán transformándose una y otra vez.

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