martes, 2 de julio de 2013

El soporte poético del cuerpo II


II

El retorno tiene ritmo de correr a toda prisa…

Como con una figura corchea van oscilando los tacos mientras el tiempo es su antagonista; a veces siento en el segundero las señas que corroboran la hipótesis de su existencia (y de la mía); un argumento situacionista de ello es que tampoco en esto hay marcha atrás, como al caer de un puente, como al besar una boca.

No importa si es lineal o espiral, pero girando en ciclos o disparado hacia el futuro, late el tiempo siempre con distinta cadencia, tanto así que ahora mismo retumba y más tarde sincopado rehará la estructura inaudita del vaivén diario, palpable en insistencias cotidianas que formulan la rutina del vivir, cómo si una canción fuera igual a otra, o peor aún, como si una canción fuera igual a sí misma.

Toda esta discrepancia me ubica en el acontecimiento penetrante de descubrirme con los labios atados, pero poco a poco deberán desenlazarse para dar cuenta de tantas dudas que estremecen mi cuerpo, pues mientras lo transitan y recorren, hurgan en la sensibilidad de la piel el mismo desapego de las melodías inciertas que al no saber improvisar, a veces suenan y otras callan, sin dejar ni por un momento de incidir.

Perturbada tomo el micrófono entre las manos y éstas lo dejan caer, me enredo en el cable pero con esfuerzo logro recuperar el equilibrio, la lengua baila dentro de la boca saboreando los rasgos de herida, mientras dispone concentración al atrapar el cuerpo caído aunque ahora tampoco el cable tiene enlace, ni tampoco el escenario es el mismo.

El aire no vibra de energía, hoy el suceso es en la faz del espejo y frente a él hago gestos con el rostro y todo el cuerpo, como entonando mis mejores melodías, pero sin siquiera sonar.

Y con el recuerdo de la lágrima viva que bordeaba cuesta abajo el rostro de Girondo, hasta hundirse y morir en su boca no cosida, formula mi voz con la mirada fija en mis propios ojos:

-Cantar frente al espejo,
cantar sin tener voz,
cantar para nadie…

y seguir probando…
… probando-


Después de la crudeza viene un sonoro letargo.

El andar estridente del reloj perturba tanto o más que el goteo de una llave mal cerrada: un ritmo lento, desesperante, ostentoso que se amplifica cuando el silencio es más penetrante aún que el desaliento.

No hay atmósfera alguna que se libre del tono oscuro y melódico de una boca que no sabe cuándo callar, en esa imprudencia hay entonaciones lentas, dominadas por el sonido de una voz hueca que explora en las letras y la música, la soledad, el extravío, la carencia y el deseo.

En un cerrar duradero de ojos empieza a sonar hasta la sangre que corre por las venas y es posible sentir su ritmo acompasado con la respiración que modula su paso según la agitación que el aire provoque en el deleite de un recorrido.

Es aquí donde empieza un baile, con ritmos internos, uno que marca el compás sin batuta y gobierna en adelante el paso básico para bullir danzando con alguien o sola.

“…se baila mejor sin un piso fijo.”
(Incertidumbres a cuatro tiempos)
                      
Concluido el proceso no hay señal de presencias que legitimen nada, no las hay, sólo el eco de la canción y el terciopelo azul que ya no cubre ningún cuerpo.

Aunque el escenario fuera en adelante aquel minúsculo espejo… hay que sonar, sonar fuerte, con una voz delirante y bailar con exaltación porque el cuerpo marca el ritmo de su propia musicalidad, es el cuerpo el que en una especie de trastorno se rebasa, se extravía… arde.

Conlleva enigmas el nuevo paso y va creando la certidumbre eventual, de que este insignificante escenario para cantar, rebasa las dimensiones del espejo o del collage de madera incierta poblada de astillas.

Ahora la humedad es mía.

Cantar es poseer la aguja caliente para penetrar otras membranas, los labios se estremecen vociferando tonos, las lágrimas arden nuevamente con suma mordacidad y la mano diestra forma movimientos acordes al sonido, pues no se canta sólo con la boca.

Ya no es preciso huir, pues no debe zafarse la atadura que amarra la voz al cuerpo para decir con palabras, porque ahora debe procurar modulaciones precisas que transgredan el silencio, lo opaquen y lo absorban.

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