martes, 19 de mayo de 2020

Sexagésimo cuarto día

En la lectura de hoy, con Sofía en los brazos, había un pasaje en que el cronopio mayor renegaba del colegio en el que trabajó en Chivilcoy, tengo una tendencia a asociarlo todo con mis propias emociones, entonces recordé que hace más de un año estuve trabajando en una institución en la que me sentía perdida, no podía entender la actitud de los colegas, ni identificarme con los métodos y sentía que de no ser porque me encanta enseñar no tendría las fuerzas para viajar 4 o 5 horas al día para trabajar rodeada de tal mezquindad. Con el embarazo ya bien avanzado tenía que subir 4 o 5 pisos de un edificio y en la hora siguiente bajar y subir 4 o 5 pisos de otro, con pocos minutos para llegar al aula de la clase siguiente, la maleta cargada de materiales y la barriga ya grande. Le confesé a un compañero que era difícil para mí ese trajín y me aconsejó que pida la llave del ascensor, la secretaria me negó la llave diciendo que era muy cara y que no haría una copia para mí, me sentí decepcionada y no comprendía su miseria, volví a casa preocupada porque subir y bajar toda la jornada me estaba haciendo daño, el Tim me vio tan descompuesta que al día siguiente fuimos a ver al doctor, nadie podía creer la respuesta de la secretaria y por el estado en el que yo estaba me mandó a reposar unos días. Las cosas se dieron así, sólo volví uno o dos días a trabajar, recuperar mis cosas y desde mi corazón dar las gracias al lugar y a su gente por los aprendizajes de esos 3 años, y salí feliz de no volver. El corazón sabe cuando está en el lugar correcto.

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