Era un clásico viernes por la noche y salí a tomarme unos vinos en la capital. Llovía a cántaros. Las plumas del auto no soportaban tanto peso del agua y las luces no alumbraban más. Sentí mucho temor y por primera vez en mi vida tuve que desistir de aquel vino.
Me regresé desde Guápulo, fui lento, a menos de 60 kilómetros por hora. A la altura del Colegio Spellman, vi que una gran luz se aproximaba a una velocidad impresionante. Me quedará siempre la duda de qué me golpeó esa noche.
Al parecer desperté después de muchos días en el parque de Puembo. Botado en la mitad de la pileta con mucho peso menos. Me topé todo el cuerpo, le di golpes a mis piernas, sentí mi barriga y mis orejas con las manos. Estaba ileso gracias a Dios.
Inmediatamente me incorporé y vi algo que no lo puedo creer aún. El parque estaba cercado y a lo lejos veía que todo mundo estaba usando mascarillas. Una señora gritaba, “alcohol a un dólar”. Simplemente no sabía lo que sucedía.
Minutos después, en medio de una desolación y un pánico indescriptibles, agarré mi celular. En los chats decía que ya no habrá más reuniones y que no podremos abrazarnos. Todos nos mantendríamos lejos por muchos meses, decían.
No sé que sucede aún. Fue el Reventador de nuevo, el Guagua Pichichna. ¿Por qué la gente usa mascarillas? ¿Hay un monstruo rondando?
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