Por Danilo Borja
No cabe duda de que soy un privilegiado. Puedo abrazar a todos los seres del planeta recorriendo su silueta entera sin importar que tan grandes o pequeños estos seres sean. A lo largo de la historia he trabajado incansablemente para muchas personas. Sin embargo, ellas no me ven y muchas veces olvidan que existo.
Recuerdo que un día un ingenioso ser humano decidió sacar ventaja de mi fuerza, e inventó un artefacto para que cuando yo pase por los brazos del artefacto los granos que cosechó sean procesados y tomen una forma distinta a la que se encuentra en la naturaleza. Durante uno de mis largos andares por la tierra observé que un río era utilizado de una forma similar. Me sentí muy triste. Al río le rendían tributos y la gente practicaba rituales, pero a mí ni siquiera me mencionaban. No entendía cómo pudieron ser tan ingratos a pesar de que a muchos ayudé a cruzar océanos enteros empujándolos sutilmente y creando esferas para defenderlos de la lluvia. Soplaba muy fuerte por ellos. Pero me olvidaron. Incluso rendían tributos a una llama que quemó sus casas y los dejó sin un techo. Pero a mí no.
Bueno, para no sonar muy quejumbroso, debo reconocer que me gusta que rindan tributo a mi madre, la Pacha Mama. Ella merece que preparen todos esos bailes alegres y que le canten canciones calurosas para homenajearla.
Reconozco también que este sentimiento de invisibilidad que me causa la gente me ha llevado a causar varios desmanes. Recuerdo que una vez una señora fría como el hielo y su amiga de alma caliente causaron que mis celos crezcan demasiado y terminé destruyendo una ciudad entera. Unos pocos días después me arrepentí y empecé a caminar con mucho cuidado y cariño por la misma ciudad para pedir disculpas a sus habitantes. Pronto aprendí que el reconocimiento es lo último que necesito y que debo contentarme con seguir empujando artefactos con brazos y sábanas colgando de barcos.
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